viernes, 23 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 26

Tendría que aprender a manejar aquellas situaciones si no quería correr el riesgo de morirse de hambre, o caer en la humillación de pedir que le subieran una bandeja a su cuarto… Y no iba a hacerlo, sobre todo para no darle argumentos que apoyaran su teoría de que era una cobarde. El mayordomo había trabajado con la precisión de un reloj suizo y, a las siete en punto, el desayuno para dos estaba impecablemente servido en una mesa de formica. Cada uno tenía una macedonia de frutas, con melón y frambuesas, al lado del cubierto. Rápidamente Pedro se acercó a la mesa para retirarle la silla. Paula se quedó mirando con suspicacia el respaldo de vinilo rojo.


—¿Qué hace? —preguntó, temiéndose que le apartara la silla justo en el momento en que ella fuera a sentarse.


—¿Es que no hay caballeros en Kansas? —preguntó Pedro a su vez, enarcando las cejas.


—A montones. Se dan como hongos; debe de ser por el clima — replicó Paula mientras se sentaba—. Si algún día va por Kansas, ya verá usted unos cuantos.


Para evitar mirarlo, paseó la vista por la estancia. A Dios gracias, los detalles arquitectónicos estaban intactos, la mayor parte de los desaguisados eran puramente cosméticos. Lo único que se veía por los amplios ventanales era un mar de niebla. 


—Un solárium precioso —comentó—, pero sin sol, curiosamente — un diablillo travieso le hizo añadir—: Y yo que creía que había dicho usted que siempre cumplía sus promesas.


—Está usted muy ocurrente hoy —replicó Pedro gélidamente—. Por lo que se ve, ha dormido muy bien.


—Como un bebé —mintió Paula colocándose la servilleta en el regazo. Aquel pedacito de tela era de una calidad tan excelente que seguramente costaba bastante más que sus vaqueros.


Pedro empezó a comer su macedonia, con toda su atención ostensiblemente concentrada en el periódico que tenía doblado al lado del plato. Por eso tenía tanto interés en desayunar con ella, para hacerle semejante demostración de indiferencia. Decidida a que no notara lo mucho que su actitud la molestaba, Paula se dispuso a desayunar en aquella estancia de aire fantasmal debido a la niebla. Qué ironía, pensó: en su Kansas natal, los granjeros trabajaban en sus campos de trigo bajo un sol abrasador, y los ganaderos que cuidaban los rebaños no hacían más que mirar el cielo en busca de señales de lluvia. Pag. Y, sin embargo, en la casa de Pedro Alfonso no entraba ni un rayito de sol, todo el calor que podía encontrarse en ella era producido de forma artificial. Miró a su enemigo disimuladamente: Tenía el mismo aspecto que un fiero león en reposo; aunque parecía abstraído en la lectura, seguro que no se le escapaba nada de lo que pasaba a su alrededor. 

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