lunes, 19 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 19

 —¡Por Dios santo! —estalló Paula temblando de ira—¡Pero si es lo más feo que he visto en mi vida!


—¿Y no es un reto lo suficientemente atractivo como para animarla a pasar tres semanas en este «infierno»? —preguntó, ladino.


Aunque Paula estaba de espaldas, solo por la tensión de sus músculos era evidente la lucha que se estaba desarrollando en su interior: Delante de ella, a su alrededor, la más hermosa de las casas estaba clamando porque la liberara de los desafueros que sucesivas generaciones de propietarios habían cometido con ella. Sabía que podía salvar la casa, y que, precisamente por eso, era su deber intentarlo. Al cabo de un momento, el mayordomo bajó por las escaleras llevando en una mano la bolsa y en la otra, la maleta. Kalli alzó la vista y se quedó mirándolo, sin atreverse todavía a tomar una decisión que Niko esperaba, expectante y en silencio. Habría sido un terrible error recordarle a ella su presencia: si quería que se decantara por lo que era más favorable a sus intereses, tenía que dejarle pensar en la casa y solo en la casa.


—Yo… Esto… Lo siento mucho —declaró la joven al fin dirigiéndose al mayordomo—. Creo que me quedo —subió los escalones en dos zancadas y asió sus cosas—. Por favor, dígame cuál es mi cuarto.


Bernardo miró a su jefe sin saber muy bien a qué carta quedarse. Pedro asintió, satisfecho; una sonrisa perversa se dibujó en su semblante al ver a su presa adentrarse en a boca del lobo. Paula ordenó sus cosas en una especie de cómoda de formica y en un armario con remates de aluminio. Mientras guardaba la ropa, la voz de su conciencia no dejó de atormentarla ni un segundo: «¡Tres semanas! Has consentido en quedarte nada menos que tres semanas bajo el mismo techo que un hombre que, evidentemente, te odia. ¿En qué demonios estabas pensando, Paula?» Sin embargo, su alma de artista tenía argumentos más que suficientes para justificarse: «En el fondo, él tenía razón cuando dijo que merecía la pena pasar tres semanas en el infierno a cambio de la posibilidad de convertir esta maravilla de casa en el monumento nacional que merece ser». «Por Dios, Paula, ¡Reacciona! Ese tipo te odia y va a hacerte la vida imposible. ¿De verdad estás preparada para soportarlo?»  «No lo sé, no lo sé… ¡Dejenme tranquila!» Desesperada, se dejó caer sobre la cama, apretando los puños.


—Sé que me odia —murmuró—, y que quiere hacerme pagar la humillación de la boda, pero…


Alzó la vista, recreándose en la amplitud del dormitorio, con sus techos de casi cinco metros. Hubo un tiempo en el que había sido realmente hermoso. Las ventanas, por ejemplo, aún conservaban la antigua elegancia, y había detectado restos del parquet original en el vestidor, oculto bajo la moqueta. Los armarios, amplios y bien diseñados, también eran victorianos, lo mismo que las molduras decorativas, por desgracia ocultas bajo la triste capa de pintura color gris que también cubría las paredes. Todos aquellos desastres se remontaban a los años cincuenta, una época de transición en la que el público había quedado fascinado por la tecnología aeroespacial, que había influido hasta en la decoración, caracterizada por las formas geométricas y las insólitas mezclas de colores. Paula siempre había admirado ese estilo, ligero y minimalista, pero, desgraciadamente, había sido aplicado en aquella preciosa casa por alguien sin el menor criterio ni la más mínima sensibilidad. Y el resultado eran unos interiores de pesadilla que nada tenían que ver con la arquitectura original. ¿Valdría la pena el placer de rescatar a esa hermosa bella durmiente, a cambio del seguro tormento que tendría que soportar durante las tres semanas siguientes a manos de aquel hombre vengativo y cruel? No estaba segura, pero sí sabía que marcharse sería el mayor de los pecados. La casa la necesitaba y, si se marchaba, lo lamentaría durante el resto de su vida. 

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