miércoles, 7 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 71

 –Quizá lo haga más deprisa si la uso contigo y así consigo que te calles.


 –Eso no resolverá tu problema, Pedro.

 

–Tú eres mi problema, Rafael.

 

–No –le contradijo Rafael–. Soy lo que mi mujer llama «El coro griego».

 

–¿Qué diablos es eso?


 –Algo que usaban en el teatro antiguamente. Sirve para resumirle al público lo que está sucediendo, por si alguien ha perdido el hilo. Lo explica todo con palabras.


 –Para mi gusto, ya estás empleando demasiadas palabras –respondió Pedro mientras volvía a darle la espalda.

 

Rafael se movió para colocarse de nuevo frente a su hermano pequeño y no permitir que le ignorase.


 –Mira, ya no pasamos mucho tiempo juntos, y dentro de poco habrá aún menos tiempo, porque todos nos estamos casando, ya sabes. No pierdas el poco tiempo que tenemos fingiendo que no te pasa nada. Corre el rumor de que ya no eres un mujeriego. ¿Quieres contarme qué pasa?

 

–No especialmente –respondió Pedro con frialdad, intentando ignorar a Rafael de nuevo.

 

–Pues cuéntamelo de todos modos –en esa ocasión sonó más como una orden que como una petición. 


Pedro estuvo tentado de decirle a su hermano por dónde podía meterse su sugerencia, pero se contuvo y dijo:

 

–Estoy ocupado.

 

–Nunca estabas demasiado ocupado para disfrutar de la compañía femenina, ni siquiera cuando estabas en primero. Así que dime qué sucede –exigió Rafael mirando a su hermano atentamente–. Has conocido a alguien – agregó de pronto–. Y va en serio. Y eso te da mucho miedo.

 

–¿Quién ha bebido alcohol ahora? –preguntó Pedro dándole la espalda de nuevo a Rafael. Su hermano empezaba a acercarse demasiado a la verdad y él no deseaba hablar del tema, ni siquiera brevemente.

 

Pero Rafael volvió a ponerse delante de él.

 

–Mírame a los ojos y dime que no hay nadie.

 

Pedro apretó los labios.

 

–No hay nadie –respondió con rabia.

 

Rafael no pareció muy convencido y negó con la cabeza.

 

–Mentiroso.

 

Rafael se hartó y le lanzó la horqueta a su hermano.

 

–Ya que parece que tienes todo el tiempo del mundo, encárgate tú del heno durante un rato.


 –¿Mientras tú vas a visitar a esa mujer misteriosa? –preguntó Rafael.

 

–No –respondió Pedro–. Mientras voy a buscar a un buen loquero en Pine Ridge, porque obviamente necesitas uno –sin más, se alejó en dirección a la casa.

 

–¿Con quién vas a venir a la boda de Federico? –preguntó Rafael tras él.

 

–Con Paula –la respuesta fue espontánea, antes de poder pensarla y darse cuenta de que acababa de caer en la trampa.

 

–Claro –dijo Rafael, asombrado. Y entonces sonrió de oreja a oreja–. Paula, ¿Eh? Debería haberme dado cuenta antes.

 

Pedro estiró los hombros, como un hombre preparado para pelear, pero en su lugar se obligó a seguir andando.

 

–No hay nada de lo que darse cuenta –respondió con la esperanza de sonar indiferente.

 

Pero era demasiado tarde. Rafael era capaz de ver a través de la cortina de humo.


–Si tú lo dices, Pedro.


 Pedro oyó que su hermano se reía y aceleró el paso. Intentar contradecirle empeoraría las cosas. Para todos. 

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