lunes, 5 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 70

Segundos más tarde ya no hubo lugar para las palabras. Pedro no sabía si había empezado él a besarla o si había sido ella la que había tomado la iniciativa. Solo sabía que sus labios volvían a estar unidos. Sintió que la deseaba de nuevo, que la deseaba con una pasión que jamás había experimentado. Sabía que, dadas las circunstancias, aquella segunda vez debería ser más cariñoso, más cuidadoso, pero se sentía más voraz.  Y durante todo ese tiempo, una vocecilla le susurraba en la cabeza: «Es Paula, tu mejor amiga. Paula. ¿Cuánto tiempo hace que lleva sucediendo esto sin que te dieras cuenta?». No tenía ni idea y, en aquel momento, no estaba dispuesto a resolver el misterio. Lo único que deseaba era volver a hacer el amor con ella hasta quedar permanentemente satisfecho, como siempre le ocurría.



 Varios días más tarde, Pedro pensó que no iba a lograr su deseo. No iba a quedar saciado de forma permanente para poder seguir con su vida. Cada vez lo tenía más claro.  Porque siempre que hacía el amor con Paula, y habían encontrado la manera de hacerlo al menos una vez al día desde aquella primera noche, lo único que deseaba era volver a hacerlo.  Una y otra vez.  Y, cuando no podía, solo pensaba en la próxima vez que pudiera hacerlo.  «¿Qué diablos te ha ocurrido?», se preguntó mentalmente, asombrado y frustrado mientras intentaba aliviar la tensión colocando el heno detrás del granero principal. Fue allí donde Rafael le encontró.  En vez de saludarle, el hermano gemelo de Gabriel se quedó allí en silencio durante unos minutos, viendo cómo su hermano pequeño descargaba sus preocupaciones con los fardos de heno.

 

–¿El heno ha hecho algo que te haya ofendido, hermano? –preguntó finalmente al acercarse a Pedro.

 

Pedro se detuvo con la horqueta en la mano y miró a Rafael.


 –¿De qué diablos estás hablando? –preguntó.

 

–Bueno –respondió Rafael–. Tienes agarrada la horqueta como si pensaras apuñalar con ella todos los fardos de paja. Me preguntaba si te habrían hecho algo. O si hoy has empezado temprano a beber whisky.

 

A Pedro ya le costaba suficiente trabajo intentar comprender sus sentimientos y aquella situación extraña en la que se encontraba; nunca había deseado más a una mujer después de poseerla. Siempre había sido al revés. Tener que soportar el humor absurdo de Rafael era pedir demasiado.


 –¿No tienes nada mejor que hacer que verme separar el heno? –le preguntó.


 –En este momento, no. Esto es bastante entretenido –confesó Rafael. Pero entonces se puso serio–. ¿Hay algo que te moleste, Pedro?


 Pedro se quedó mirando a su hermano con rabia.


 –¿Además de tí?

 

–Eso se da por hecho, sí.

 

–Entonces, no –respondió Pedro. Con su siguiente movimiento, no solo el heno salió volando, sino también la horqueta. Maldijo en voz baja y volvió a mirar a Rafael–. No digas ni una palabra –le advirtió.

 

–Solo una pequeña observación –dijo Rafael sin poder evitarlo–. Lo harás más deprisa si sujetas bien la horqueta.

 

Pedro se acercó al lugar donde había aterrizado la horqueta, la recogió del suelo y regresó donde estaba trabajando. 

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