miércoles, 28 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 37

 —Para tu información, hijita, el abuelo Roberto me contó que Pedro había visto cómo se rompían muchos matrimonios que se basaban solo en los sentimientos. Su padre, por ejemplo, había roto la tradición familiar y se había casado con una mujer que conoció en California y que los abandonó cuando Pedro era apenas un niño. Creo que perder a su madre a tan temprana edad condicionó su forma de ver los matrimonios por amor.


—¿Y, después de contarme eso, de verdad sigues creyendo que decidió casarse conmigo por honor?


—Sus razones no importan —como cada vez que se enfadaba, su acento griego se hacía más pronunciado por momentos.


—¡Claro que importan! —exclamó Paula. Aquella discusión empezaba a parecerle surrealista—. Y no grites tanto, que nos va a oír.


—Si hace falta que grite para que entres en razón, gritaré, vaya si gritaré.


—¡Mamá!


—Pedro no está —dijo Alejandra asiendo la barbilla de su hija—. Lo ví marcharse hace un rato. Y Enrique también ha salido. Además, aunque nos estén oyendo, no estamos diciendo nada que no sepan.


—Mamá, por favor —Paula obligó a su madre a que la soltara y se apartó un poco—, no quiero que nos peleemos.


—No nos estamos peleando, solo intento convencerte de que Pedro es un hombre maravilloso, leal…


—Esta es la segunda vez que dices semejante cosa —la interrumpió Paula—. Me gustaría saber qué entiendes tú por leal.


—Me refiero a que honra a tu difunto abuelo y al suyo amoldándose a sus deseos. Por favor —le suplicó, asiéndole la mano otra vez—, pídele perdón y…


—¡No insistas, mamá! No pienso hacer semejante cosa. Ya tengo suficientes problemas con los hombres de la familia Alfonso. Y si piensas apoyarlos, te agradecería que te marcharas en el primer avión de vuelta a Kansas.


—Ni lo sueñes —anunció Alejandra, desafiante—. Me quedaré hasta que entres en razón.


—Mamá, no te empeñes. Además, él jamás me perdonaría. Me odia. 


—Lo que pasa es que lo has herido en su orgullo. Su actitud cambiará en cuanto le pidas perdón, ya lo verás.


¡Pedirle perdón! Pedro antes la tiraría por la ventana que considerar siquiera la posibilidad de casarse con ella. Paula estaba tan horrorizada por la distorsionada visión de la realidad que tenía su madre, que no pudo decir nada más; tras unos segundos de tensión, impotente, salió de la habitación dando un portazo. Furiosa, se encaminó al jardín, rezando para no encontrarse con Pedro; pero no había hecho más que pensar en esa posibilidad cuando el destino volvió a jugarle una mala pasada.


—¿Le ocurre algo, señorita Chaves?


Desesperada y furiosa con su madre, con Pedro y con el maldito destino, Paula se dió la vuelta para enfrentarse con el hombre que más odiaba en el mundo y que, apoyado en una encina, la contemplaba con una irónica sonrisa. Lo que menos podía soportar era que, sin esfuerzo aparente, había conseguido poner a Alejandra en contra suya. Lo señaló con un dedo acusador y gritó:


—Muy bien. Va a decirme ahora mismo qué le ha hecho a mi madre.


En cuanto la acusación salió de su boca, Paula se dió cuenta de que era ridícula, casi histérica. Pedro no dijo nada, seguía apoyado en el árbol, con las piernas cruzadas. Algo cambió, sin embargo; su sonrisa de disipó. Al parecer, no esperaba aquella reprimenda por pagar el viaje de su madre a California. Era posible, se dijo Paula, que hubiera exagerado, pero sus acusaciones tenían una base.


—Ha convencido a mi madre con sus adulaciones —dijo, apuntándolo con un dedo acusador.


Pedro se separó del árbol y se acercó a ella. Paula no estaba segura de si quería que saliera a la luz del sol, ya era bastante amenazador en la sombra.


—Muchas gracias, señorita Chaves, espero que su madre disfrute de su visita. 

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