lunes, 26 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 34

Paula no quiso añadir que la presencia de su madre suavizaría las tensiones entre los Alfonso y los Chaves. Además, pasara lo que pasara, siempre podía contar con su apoyo incondicional. Se quedó mirando a Pedro, expectante; sabía que una negativa empeoraría las cosas hasta un extremo insoportable.


—Por supuesto. Su madre puede venir cuando lo desee —dijo justo cuando la tensión empezaba a hacerse insoportable.


—¿De… De verdad?


Paula apenas podía creer en su buena suerte. Cuando Pedro salió de la habitación, colocó el interruptor con manos temblorosas, sin dejar de darle vueltas a aquel cambio de actitud tan inexplicable. ¿Qué diantres estaría maquinando aquel demonio para seguir atormentándola? Cuando llamó a su madre, enseguida advirtió que esta estaba encantada con la invitación. Mariano se ocupó de todo por orden de Pedro, que incluso pagó el billete, lo que alarmó aún más de lo que lo estaba a Paula. ¿Por qué se mostraba tan amable cuando ella sabía perfectamente que le encantaría someterla a terribles torturas con sus propias manos? Aunque quería ir ella misma a buscar a su madre, eso le desbarataría el plan de trabajo que se había hecho, así que, ante el riesgo de tener que alargar su estancia por no acabar a tiempo el encargo, muy a su pesar le pidió a Mariano que por favor se ocupara de que alguien fuera a recoger a su madre y la acompañara a casa. Echó un vistazo a su reloj. Las tres y media. Como el avión había aterrizado dos horas antes, estarían a punto de llegar. Tenía tantas ganas de ver a su madre que le costaba concentrarse. Decidió trabajar en el recibidor, de forma que pudiera verla en cuanto llegara, así que se encaramó a una alta escalera y se puso a sacar fotos de las molduras del techo, muy estropeadas por las sucesivas capas de pintura. Pensó que daría cualquier cosa por poder asistir al proceso de restauración paso a paso, por tener la oportunidad de ir descubriendo cada pequeño detalle. Sin embargo, su trabajo acabaría en cuanto presentara el proyecto.


 Oyó que se acercaba un coche y, con el corazón acelerado, al poco rato vió que se abría la puerta principal. Su madre, su mejor amiga, su apoyo, estaba a punto de entrar, de hecho, oía su inconfundible risa en el porche. ¿Su risa? La última vez que había hablado con ella, apenas un par de días antes, Alejanra Chaves estaba aún absolutamente deprimida por la muerte de su adorado suegro. ¿Quién podría haber conseguido el milagro de hacerla reír como a una niña? Otra carcajada, profunda y varonil, se mezcló con la de su madre, y Paula supo inmediatamente quién era el «Culpable», aunque la verdad era que nunca antes había oído reír a Pedro Alfonso. No tenía tampoco la menor idea de que hubiera ido en persona a buscar a su madre al aeropuerto. Alejandra, bajita y morena, aún muy atractiva, entró del brazo de Pedro, muerta de risa. Estaba tan guapa y alegre que aparentaba diez años menos de los 49 que en realidad tenía.


—¡Mamá! —exclamó Paula entre alegre y asombrada.


Alejandra la buscó con la mirada; llevaba un vestido de cuadros que acentuaba su esbelta silueta, un rasgo que Paula hubiera querido heredar, en vez de las rotundas curvas que procedían de su lado Chaves. Cuando su madre por fin la localizó en lo alto de la escalera, le dedicó una sonrisa, aunque, para sorpresa de ella, en su expresión había una huella de disgusto. 

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