viernes, 23 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 27

Su mera presencia la turbaba de tal forma que hasta le costaba comer, con lo hambrienta que estaba tan solo un momento antes. Para mayor ironía, vestido con unos vaqueros y una camiseta remangada hasta el codo, parecía un auténtico vaquero de Kansas. Se le ocurrió que tal y como estaba en aquel momento, con el pelo algo revuelto, leyendo al tiempo que saboreaba los trozos de melón, parecía salido de un anuncio de cualquier cosa, por ejemplo uno del mismo Wall Street Journal cuyo pie dijera: Los hombres de verdad leen The Journal. U otro que pusiera: Los hombres de verdad comen sano. Tuvo que admitir que la foto que su abuelo había llevado durante tantos años en la cartera no le hacía la menor justicia. Desde sus lejanos diecisiete años, aquel hombre había madurado espectacularmente, hasta convertirse en un magnífico epítome de la masculinidad.  ¿«Magnífico epítome»? ¡Si no se andaba con cuidado iba a acabar prendada de aquel hombre como una estúpida colegiala! No podía seguir por aquel camino: El tipo en cuestión la odiaba, y lo único que había de magnífico en él era su apariencia. Todo lo demás, actitud, carácter, reacciones… Solo podía calificarse de deplorable. Casi sin querer, se puso a pensar qué habría ocurrido si se hubiesen conocido antes del día de la boda. ¿Cómo se habría portado entonces con ella? ¿Qué hubiera pasado si hubiese empleado todo sus encantos en seducirla? Exasperada consigo misma, sacudió la cabeza para apartar aquella imagen. Más que entretenerse en fantasías sin sentido, debería prepararse para las torturas que, a buen seguro, estaría pensando en infligirle durante las tres semanas que durara el trabajo.


En ningún momento había lamentado la decisión de anular la boda. Quería casarse, sí, pero solo lo haría con alguien de quien estuviese completamente enamorada, y no por cumplir con su deber. Que en el caso de sus padres hubiese funcionado ese sistema no quería decir que fuera lo mejor; además, su padre había sido un hombre modélico. Aunque ella solo tenía siete años cuando murió, en su corazón atesoraba un montón de recuerdos de la bondad de Miguel Chaves. Su madre había sido una mujer muy afortunada, pero su caso era la excepción que confirmaba la regla. Paula se fijó en la forma en que Pedro pasaba la página y leía una de las columnas. Tenía unas pestañas increíbles para ser hombre, largas y espesas. «Bueno, ¿Y qué si es más guapo que un artista de cine?, se reprochó enfadada. «Para que fuera soportable tendría que cambiar de arriba abajo; es un engreído, un arrogante, no se parece en absoluto a tu padre. No le des más vueltas, hiciste lo correcto al romper el compromiso». El mayordomo entró en la estancia y anunció:


—Para el desayuno, la cocinera ha preparado tostadas francesas, revuelto de champiñones con queso y quiche de salmón, además de los bizcochos habituales, café y zumo.


Paula se quedó pasmada ante semejante despliegue. No estaba muy segura de si tenía que comer todo aquello o podía elegir.


—Solo café para mí, gracias pidió Pedro sin levantar la vista del periódico.


La joven lo miró escandalizada. ¿Iba a ser capaz de dejar que se desperdiciara toda aquella comida? 

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