viernes, 16 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 15

Cuando Paula se dio la vuelta, vió que salía a recibirlos un hombre alto y delgado de pelo blanco, impecablemente uniformado con un traje negro y guantes blancos, que, haciendo gala de unos modales exquisitos, le dio la bienvenida con una cálida sonrisa. Cuando se abrió el maletero, el hombre en cuestión bajó las escaleras desde la entrada y sacó las maletas. Paula se apresuró a salir del descapotable, en parte para ayudarlo y, en parte, para conjurar el estúpido deseo de volverse y echar otra mirada a su acompañante. No había hecho más que poner el pie en el suelo cuando un hombre emergió de entre las sombras del porche. El recién llegado era alto y delgado, vestía un traje oscuro con una seria corbata de rayas verdes y azules, y llevaba un maletín en la mano derecha. Su rostro pálido y serio, la incipiente calvicie, le resultaron familiares, y ella se quedó mirándolo, intentando recordar dónde lo había visto. Cuando sus miradas se encontraron, él se quedó visiblemente atónito y a ella se le pusieron los ojos como platos. ¡Eso era! Entre asombrada y furiosa, le señaló con un dedo amenazador.


—¡Pero usted dijo que no vendría por aquí!


No le gustó el pánico que dejaba traslucir su voz. Hubiera preferido sonar más seria, más profesional. Y eso de señalarle con el dedo… Era un gesto de lo más estúpido. Rápidamente bajó el brazo, sintiéndose profundamente avergonzada y nerviosa. Todavía tenía remordimientos por la forma en que se había comportado con el señor Varos, y lo peor era que seguía por el mismo camino. Hizo un esfuerzo supremo por recuperar la compostura.


—Ya… Ya me iba —murmuró el hombre, que parecía aún más azorado que ella.


Paula se sintió muy culpable. ¿Cómo se había atrevido a gritarle así, olvidando que precisamente aquel hombre le había ofrecido el trabajo más maravilloso de su vida? Se abalanzó hacia él y le estrechó la mano que tenía libre con las dos suyas.


—¡Oh, señor Alfonso! Debe usted pensar que soy una desagradecida. Un millón de gracias por su confianza. Le aseguró que dedicaré todos mis esfuerzos a convertir su hogar en la maravillosa mansión que merece ser. Estoy tan emocionada por estar aquí… Ha sido usted muy amable conmigo, y no voy a olvidar…


—Señorita Chaves —la interrumpió Pal—, le agradecería que soltara a mi ayudante. Tiene muchas cosas que hacer —Paula se quedó petrificada al oírlo, y más cuando el joven continuó de esta guisa—: Marianno, he dejado el contrato de Magnason sobre mi mesa. Mándalo por mensajero inmediatamente. Después, lleva el descapotable al garaje. Quiero que le hagan una revisión a fondo.


—Sí, señor —muy pálido, el hombre dirigía su mirada alternativamente de Paula a Pal y de vuelta a Paula.


Cuando Pal alargó la mano para entregar las llaves a su asistente, se dió cuenta de que Paula no había soltado a este.


—Va usted a cortarle la circulación, señorita Chaves. Y Mariano necesita estar en plenitud de facultades, esas manos son capaces de alcanzar doscientas pulsaciones por minuto —solo entonces se quitó Pal las gafas de sol, revelando unos ojos de color humo cuya mirada tuvo el efecto de dejar a Paula sin aliento. Sin apartar la vista, señaló con la mano su equipaje—. Lleva dentro las maletas, Bernardo. La señorita Chaves parece demasiado trastornada como para hacerlo por sí misma. 


Aquellos labios que le habían parecido tan sensuales se curvaron en una burlona sonrisa, el acto más maligno y más premeditado que había visto en su vida. Y el efecto que produjo en ella fue lo más parecido a una apoplejía.

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