viernes, 16 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 13

 —Yo también soy griega —Paula lo miró con curiosidad, aunque, si lo pensaba bien, tampoco era tan extraño que el señor Alfonso tuviese empleados de su misma nacionalidad. Seguramente había miles de griegos en California. De hecho, todo era de lo más lógico.


Si el señor Alfonso había ido hasta el extremo de decidir casarse con una mujer que no conocía tan solo porque era griega, no era tan raro que tuviese a compatriotas a su servicio. Y así se explicaba también que alguien tan maleducado como Pal hubiese conseguido un empleo.


—Y yo que creía que lo de «Pequeño héroe» era tan fácil de adivinar… —se lamentó Pal mirándola de reojo—. Me siento decepcionado…


—¿Decepcionado? —exclamó Paula pasmada—. ¿Cómo que se siente decepcionado? ¡Soy yo la que estoy decepcionada! 


Se detuvieron ante una alta verja de hierro profusamente decorada con motivos vegetales, flores y hojas de acanto. El inmenso portón estaba flanqueado por dos pilastras de piedra con remates decorativos de hierro colado. Pal desvió la mirada hacia la izquierda; intrigada, Paula hizo lo mismo y descubrió una cámara de vídeo oculta en un nicho construido al efecto en el pilar, camuflada entre las ramas de un gigantesco cedro. Tras una pequeña pausa, el portón se abrió con un mecanismo automático. A Paula la sorprendió que Pal no hubiera tenido que decir nada.


—¿Es que tiene guardada en la memoria el retrato de todos los empleados?


Pero él se limitó a enfilar la amplia avenida de entrada sin decir nada. Paula volvió la cabeza y miró por encima del hombro. Vió que el portón se cerraba también automáticamente.


—Creo quería decirme usted algo, señorita Chaves.


—¡Ah! —Paula casi dio un salto en el asiento de pura sorpresa, una reacción que Pal provocaba en ella con insultante facilidad. Ningún hombre de los que había conocido hasta entonces había tenido semejante efecto sobre ella, y menos en tan poco tiempo—. ¿Se refiere a lo que dije sobre la decepción? —intentó centrarse en la conversación, pero la gran verja de hierro le había recordado la razón por la que estaba allí, y sintió una punzada de genuina emoción; era la primera vez que le ocurría tal cosa desde que los abogados de Varos le anunciaran que el deseo de su prometido era que ella se encargara de la restauración.


Tragó saliva con esfuerzo: aún le resultaba penoso recordar que había estado a punto de dar su consentimiento a un matrimonio de conveniencia.


—Sí, efectivamente… Decepción —empezó, aunque estaba distraída intentando ver entre las copas de los árboles algún detalle de la casa a la que se acercaban. Estaba deseando librarse cuanto antes de aquel incómodo compañero de viaje—. Le diré un par de cosas acerca de la decepción —continuó, incapaz de reprimir el resentimiento que rezumaba cada una de las palabras que salían de su boca—. Decepción es lo que sentí cuando ví que habían enviado a buscarme al aeropuerto al más grosero y desagradable de los hombres. Desilusión es lo que se siente cuando no queda más remedio que pasar dos horas en compañía de esa persona. Y lo peor de todo ha sido tener que enterarme de que ese desgraciado es griego, para deshonra del que considero el mejor y más querido de los pueblos. 

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