lunes, 12 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 3

 —Mariano —interrumpió Pedro. Había algo que sí tenía claro, no era su ayudante, sino él quien tenía que informar a sus amigos de que su boda se había anulado—, mientras yo le doy a mis invitados la mala noticia, tú ocúpate de averiguar el número de teléfono de esa mujer.


—¿Quiere que llame a su ex novia al hotel? —dijo Mariano. Parecía preocupado.


Al llegar a las puertas de su despacho. Pedro dió media vuelta, como si comenzara a percatarse del significado de lo que había ocurrido. Lo habían dejado tirado, como si no fuera más que un par de zapatos viejos; y lo habían hecho el día de su boda. Habían llegado invitados de todos los rincones del planeta. Estarían presentes miembros de la realeza, algunos jefes de estado, incluso una representación de Hollywood. Cincuenta, pisos más abajo, quinientos invitados esperaban mientras su futuro y su orgullo acababan de recibir una patada en la espinilla por parte de una maldita mujer de Kansas… ¡De Kansas! Casi sentía lástima de sí mismo, en realidad se sentía igual que un fiel empleado al que hubieran despedido de su trabajo sin el menor motivo.


—Exacto, quiero que llames a mi novia a su hotel… Es decir, a mi ex novia.


—¿Y qué le digo?


—No te preocupes por eso, Mariano, cuando vuelva, te diré lo que tienes que decirle.


Salió del despacho. Su cansada mente podía calificar con absoluta precisión lo que había sucedido: Le habían infligido una humillación en toda regla. Pulsó el botón del ascensor, dispuesto a dirigirse al restaurante donde sus invitados estaban a punto de comenzar un copioso desayuno. Al cabo de unos segundos, tendría que hacer frente a la situación más embarazosa de su vida. Frente al público más distinguido que había reunido jamás, se vería obligado a admitir que, casi frente al altar, su prometida le había comunicado que no podía casarse con él. Se quedó mirando fijamente la puerta del ascensor con ganas de darle un puñetazo. En vez de hacerlo, sacudió la cabeza a un lado y a otro, mesándose los cabellos. Era una estupidez romperse los nudillos solo porque una chica de Kansas lo había dejado plantado. En vez de un puñetazo, se limitó a pulsar de nuevo el botón, aunque a punto estuvo de hundirlo.  Él, Pedro Alfonso, tan condescendiente con sus amigos divorciados, tan irónico, echándoles siempre en cara su incapacidad para mantener unida a la familia. A él jamás le ocurriría algo así. A él, Pedro Alfonso, nunca podría sucederle algo así.


—Oh, vamos, mírate —masculló—, señor Perfecto, ni siquiera has sido capaz de llevar a una mujer al altar.


Tras años de escuchar y padecer discusiones entre sus padres, de oír las quejas continuas de sus amigos y presenciar sus divorcios, había decidido que era mejor recurrir a la sabiduría y experiencia de los mayores y contraer matrimonio de acuerdo a la lógica, las creencias y los valores compartidos. Al recordar las palabras de Paula, tenía que cerrar los puños de rabia. Desde que tenía memoria, recordaba las interminables charlas de su abuelo Enrique sobre la familia Chaves. Había oído mil veces el relato de cómo, a la edad de doce años, había salvado a Roberto Chaves de morir ahogado durante una excursión de pesca. Desde aquel momento, habían sido uña y carne, y no tardaron en jurarse que algún día unirían sus dos familias. Al principio, la idea de casarse con una chica de Kansas le pareció absurda, increíble. Comenzó a cambiar de opinión al ver la fotografía de la chica, a la que había encontrado muy atractiva. 

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