viernes, 23 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 28

 —Yo…, Eh… —empezó, vacilante. Solía desayunar fuerte, pero todo aquello era demasiado—, tomaré café con leche, una tortilla y zumo… — cuando hizo una pausa, el mayordomo se retiró, al entender que había terminado—. ¡Espere! —gritó. Al momento le dió rabia sonar tan desesperada; a fin de cuentas, habría tenido otra oportunidad cuando el mayordomo regresara con el café.


—¿Sí, señorita? —replicó al punto el complaciente empleado.


—Quisiera también un par de tortitas… Por favor.


Inmediatamente se dió cuenta de que Pedro la estaba mirando con expresión divertida.


—Tengo mucha hambre —le explicó, ofendida—. ¿Pasa algo?


—Pero si no he dicho nada, señorita Chaves —murmuró él, escondiéndose detrás del periódico.


—Por si no lo sabe, el desayuno es la comida más importante del día.


Pedro no dijo nada hasta que Bernardo acabó de servir el café y salió de la estancia.


—La mayor parte de las californianas de su edad limitan el desayuno a un café solo y una galleta integral —comentó.


Muy bien, puede que pesara unos cuantos kilos más que una supermodelo, pero eso no le importaba lo más mínimo. No quería ser modelo, y le daba lo mismo si se ajustaba o no a la idea que él tenía de cómo debía ser la mujer perfecta.


—Debería alegrarse de que rompiera el compromiso, señor Alfonso—le espetó, mordaz—. Así no tendrá que soportar usted mis redondeces de chica de pueblo.


¿De verdad se había atrevido a decir aquello en voz alta? ¿Cómo había podido ser tan inconsciente de recordarle su pecado original, la promesa rota? Por toda respuesta, Pedro asió la taza y bebió un largo sorbo antes de volver a concentrarse en su periódico. Aunque no dijo una palabra ni hizo ningún gesto, todo en su actitud denotaba la hostilidad más absoluta. Mantenía la mirada fija en el periódico sin leer ni una maldita palabra. Desde que aquella mañana se había chocado de repente con su ex prometida, era como si se le hubiese bloqueado una parte del cerebro que todavía no había despertado. Le pareció mucho más suave de lo que se había imaginado cuando la vio en el aeropuerto, vestida con aquel traje tan formal. Con los vaqueros y la camiseta, no había la menor duda de que Paula Chaves era todo un pedazo de mujer, y no una de esas delgaduchas que tanto abundaban en California. ¡Santo Dios! Ni siquiera había podido evitar ofrecerle la mano para ayudarla, y eso que seguía firme en su determinación de hacerle la vida imposible. ¿Qué demonios le había pasado para convertirse de repente en un remedo del maldito Sir Galahad? De hecho, estaba tan idiota que, cuando mencionó los hábitos alimenticios de las mujeres de su entorno, su intención había sido piropearla. Era algo que había dicho de manera espontánea, sin pensar, pero que, paradójicamente, ella se había tomado como si fuera un insulto, así que por lo menos en ese punto su orgullo quedaba a salvo. Tenía que meditar los próximos pasos con calma si quería tener éxito en sus planes de venganza. No dejaba de lamentar que las cosas tuvieran que ser así, pues empezaba a pensar que Paula Chaves era una mujer que merecía mucho la pena. Carraspeó e intentó concentrarse en la información bursátil; al fin y al cabo, los atributos de ella no eran de su incumbencia: Ni era su mujer ni su prometida, sino tan solo una empleada a su servicio, y tenía que hacérselo saber sin el menor género de duda. 

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