lunes, 26 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 31

Traviesa, volvió a asomarse al balcón. Gracias a que tenía una vista excelente, podía verlo casi con el mismo detalle que si fuera de día. Cuando el hombre llegó al extremo más profundo y se puso boca arriba, tuvo que contener un gemido ante la visión de aquel cuerpo que parecía salido de un estudio de anatomía; se le disparó el pulso y le temblaron las rodillas. Para evitar caer de cabeza al patio, se agachó agarrándose con fuerza a los barrotes.


—Ahora entiendo lo que es de verdad un dios griego —murmuró, rezando para que Pedro Alfonso no tuviera la costumbre de nadar desnudo todas la noches. 


Paula se preguntaba si Pedro tenía idea del efecto que causaba en ella el que nadara todas las noches desnudo. Todas las noches. No importaba lo tarde que fuera o lo que ella tardara en darse su baño, en cuanto se ponía la bata y salía al balcón, allí estaba él haciendo largos en la piscina, con el único propósito, pensaba Paula, de exhibir ante ella su glorioso cuerpo, digno de un atleta olímpico. Aquel era un comportamiento despreciable. Si acaso pensaba que la estaba castigando, enseñándole lo que se había perdido al darle calabazas, solo podía decirse que era el más egoísta y pretencioso de los hombres. 


Ella no salía al balcón para verlo, salía para disfrutar del fresco aire nocturno y divagar contemplando los jirones de niebla… Era una lástima que esta no fuera lo suficientemente densa como para taparle la visión de la piscina. Incluso en las noches más cerradas, había podido ver su silueta rompiendo el agua, como si fuera Poseidón redivivo. De ese modo, su adversario se las arreglaba para ocupar sus pensamientos todo el día, mañana y noche, dormida o despierta. Si bien durante las comidas él no le prestaba la menor atención, su abuelo la mareaba con su incesante charla en la que al menos una docena de veces se mencionaba el tema de la «Deshonra de la familia». Para colmo, era especialista en lanzarle las más terribles acusaciones con la mejor de sus sonrisas y haciendo gala de unos modales versallescos, por lo que era imposible enfrentarse a él abiertamente. Si hubiera que juzgarlo por su comportamiento, y no por sus palabras, cualquier observador imparcial hubiese dicho que el anciano estaba encantado con ella. Pero, por desgracia, como podía entenderlo muy bien incluso cuando hablaba en griego, sabía de sobra que los dos hombres se sentían muy decepcionados por el fracaso de la boda y, cada uno a su manera, procuraban hacérselo pagar, lo que, para colmo, estaba empezando a afectar a su trabajo. Le fallaba la concentración, se le escapaban las ideas y se sorprendía a sí misma recordando esos momentos en los que espiaba a Pedro desde el balcón, por mucho que se empeñara en decirse a sí misma que no lo hacía a propósito. Si no se daba un respiro, acabaría por derrumbarse. 

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