miércoles, 14 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 10

 —Es un placer —respondió mientras asía la bolsa de mano; sin embargo, sus palabras fueron total y rotundamente desmentidas por la expresión de su boca. Estaba claro que aquella situación no le hacía la menor gracia.


—Empezaba a pensar que se habían olvidado de mí… Ha llegado usted tan tarde…


—¿Sí? —el hombre apretó los labios—. Tal vez me hayan dado mal la hora de llegada —se echó la bolsa al hombro e hizo un gesto para que lo siguiera—. Es por ahí.


Sin poder disimular su sorpresa por aquellos bruscos modales, ella empezó a caminar a su lado.


—Bu… Bueno… Por lo menos, ya está usted aquí, y eso es lo que importa. Supongo que me llevará a la mansión del señor Alfonso.


—Supone usted bien —respondió sin mirarla siquiera.


Paula lo miró, atónita por su grosería, pero él ni se dió cuenta. Caminaba a largas zancadas, lo que empezaba a ser una tortura para sus doloridos pies.


—¿Es que tenemos prisa?


—No, no mucha —ni se volvió para mirarla ni aminoró el paso.


—¿De verdad? —replicó Paula cada vez más enfadada. Aquel tipo estaba muy equivocado si pensaba que era el único que podía mostrarse tan grosero—. Entonces, ¿A qué velocidad iremos cuando tengamos prisa de verdad?


Solo entonces aminoró él un poco el paso y se dignó a mirarla.


—¿Es que voy muy rápido para usted?


—No, si lo que pretende es que ganemos una carrera. Pero corre el riesgo de dejarme atrás y perderme. No llevo el calzado más adecuado para correr —dijo, señalando sus zapatos de tacón.


—Lo siento —replicó el hombre, pero su tono no era sincero y apenas aminoró el paso. 


Paula ni siquiera estaba segura de que le hubiera mirado los pies. Era evidente que no le importaba en absoluto cómo se sentía o su comodidad.


—¡Vaya! Así está mucho mejor —se burló—. Muchas gracias.


—De nada —tenía una forma de decir aquellas dos palabras que hacía que en realidad sonaran casi como «Váyase al infierno». 


—Tenemos… que ir… a buscar… el equipaje —dijo Paula jadeando lastimosamente—. ¿Sabe… Por dónde… Por dónde es?


Sin decir una palabra, su acompañante dobló una esquina, tan bruscamente que ella casi se cayó de bruces.


—Bueno… —prosiguió Paula, en un intento por entablar conversación—, ¿A qué se dedica cuando no lo envían a buscar gente al aeropuerto?


—Me meto en mis propios asuntos.


La joven se quedó atónita.


—¡No hacía falta ser tan… Grosero! —exclamó asiéndolo por la muñeca, fuerte y poderosa. Aquel contacto la pilló de improviso, y tuvo el mismo efecto que si hubiera recibido una potente descarga—. Supongo que trabaja usted para el señor Alfonso —continuó, en un intento de recuperar la compostura y de hacerle saber que si seguía haciendo alarde de sus malos modales, ella no tendría el menor reparo en contárselo todo a su jefe y hacer que lo despidieran. En realidad, no pensaba hacer eso ni por lo más remoto, pero quería que él supiera que no estaba dispuesta a que siguiera maltratándola—. Si es así —prosiguió—, habría que informarlo de la forma en que trata usted a la gente…


Su acompañante se detuvo justo entonces, tan bruscamente que, antes de que pudiera darse cuenta, ya estaba un paso por delante de él; cuando se volvió, él se quedó mirando la forma en que ella, infantilmente, lo sujetaba por la muñeca. Se desasió y utilizó la mano ya libre para señalar la cinta de equipajes que tenían más cerca. 

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