lunes, 2 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 46

Sin embargo, aquella derrota le había enseñado algo evidente: Hasta qué punto la venganza era un asunto muy complicado y mucho menos satisfactorio de lo que esperaba. ¿No resultaba irónico? De la nada, como el rayo que rasga la noche en una tormenta de verano, sentía un incontrolable deseo por una mujer a la que solo querría odiar. Paula trabajaba como un demonio, su único recurso si quería olvidar el sórdido episodio de la piscina. Sin embargo, sabía bien que no podría lograrlo. Nada, ni siquiera un trauma repentino o un ataque de amnesia, conseguiría que se librase de aquella pesadilla que la atormentaba. ¿Por qué demonios se había bañado desnuda? No era algo que solía hacer; al contrario, por lo general era bastante recatada y se mostraba tímida ante la desnudez. Braguitas y sujetador habrían sido mejor que… Cerró los ojos y gimió… Un gesto muy poco inteligente, considerando que se encontraba en lo alto de una escalera de diez peldaños, fotografiando el techo de la sala de estar. Por fortuna, los anteriores dueños de la casa no habían revestido de pintura uno de los ejemplos de decoración floral sobre estuco que había visto, a pesar de que la pintura estaba algo vieja y descolorida. Paula dió gracias al cielo y se preguntó qué extraño motivo había evitado que aquel techo se hubiera librado del rodillo cargado de pintura plástica. Trató de no pensar en lo ocurrido la noche anterior y en la mirada incendiaria de Pedro. Miró a través del objetivo de la cámara y se juró que aquel suceso no conseguiría dominarla. Estaba allí para hacer todo lo que pudiera. Le demostraría que no era una cobarde y que no abandonaba fácilmente. Aunque en aquella casa estuvieran todos contra ella, no se rendiría y convertiría aquel juicio en un triunfo. Casi podía leer el artículo de Architectural Digest: « Pedro Alfonso ha contratado los servicios de Paula Chaves, experta en restauración, que ha conseguido recrear una de las casas de ambiente victoriano más hermosas que puedan verse. Manteniéndose fiel a los principios de la arquitectura de época, ha conseguido una restauración llena de dignidad, recuperando un edificio de gran significación histórica».  La idea logró que esbozara una sonrisa. Tomó otra fotografía y giró el torso para tomar la última. Miró a través del visor, pero después de enfocar frunció el ceño, apartando la cámara de su cara. Una tela de araña se interponía justo delante del objetivo. Trató de estirarse para apartarla, pero no lo consiguió.


—Maldita sea —musitó, y metió un pie entre dos escalones, para poder estirarse todavía más.


Extendió el brazo y estiró el cuerpo todo lo que pudo. Pensó que tendría que haber buscado algo para llegar un poco más lejos, como un plumero o incluso una hoja de papel enrollada.


—La culpa la tiene Pedro —musitó—. Si no fuera por él, yo no estaría tan distraí… Aaaah.


La última palabra se transformó en un grito de pánico. Se había estirado demasiado, haciendo que la escalera perdiera el equilibrio. Paula cayó a plomo. Su vida entera pasó ante sus ojos antes de que la escalera golpeara contra el suelo con gran estruendo. Sorprendida de haber evitado el mismo destino, abrió los ojos para descubrir que había aterrizado sobre dos brazos muy poderosos. Instintivamente, se abrazó a su salvador. Tal vez no le hubiera salvado la vida, pero le había ahorrado la rotura de unos cuantos huesos. Al abrir los ojos se llevó una gran sorpresa. Su salvador no era otro que Pedro Alfonso. Claro que los abrió en el mismo momento en que, instintivamente, le plantaba un beso de gratitud. Así que, en el instante en que se daba cuenta de quién era su salvador, se encontraba en mitad de un abrazo desesperado y de un beso en plena boca. 

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