lunes, 30 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 12

Apoyó las manos contra la pared y atrapó a Paula entre sus brazos mientras intentaba recuperar la respiración. La miró y se dió cuenta de que temblaba mientras intentaba bajarse el vestido para fingir que no había ocurrido nada. Pero sí que había ocurrido, Pedro había puesto en marcha su venganza. Y todo había salido como él había planeado. Pero lo cierto era que no se sentía satisfecho. No sabía por qué, pero aquello no era suficiente. El sexo había sido tan estupendo como la primera vez, seguramente por la química y la conexión que había entre ambos. Y pensó que podía volver a hacerla suya una y otra vez. De hecho, podía retenerla allí y utilizarla hasta saciarse. Al fin y al cabo, Paula se lo merecía. Casi estaba convencido de que era buena idea cuando se miró y pensó que era un hombre de treinta y un años, con los pantalones a la altura de los tobillos, y que deseaba tanto a una mujer que estaba a punto de perder el control. Pensó que tal vez debiese dar un paso atrás y reexaminar sus motivos. Cuanto antes. Bajó los brazos, se quitó el preservativo, se vistió y se dió la vuelta.


–¿Ahora quieres beber algo? –preguntó sin mirarla, por miedo a lo que podría ver en sus ojos.


Antes, necesitaba otra copa.


–Pedro… –susurró ella.


Él se giró con dos copas de whisky en las manos y vio confusión en los ojos verdes de Paula, confusión y dolor, y algo que no quería reconocer, y mucho menos analizar. Había hecho que ella se sintiese mal, pero ¿Acaso no había sido esa su intención? Se negó a sentirse culpable. Le dio la copa y vió que la tomaba con mano temblorosa y le daba un sorbo. El whisky pareció sentarle bien.


–Dime, Paula.


–¿Qué te ha pasado?


–Veamos… –empezó él–. Mentiras, traición, engaños, la muerte de mi padre y, ah, sí, cuatro años y medio pudriéndome en la cárcel en Atenas.


–Ya no te conozco, Pedro –dijo ella, sacudiendo la cabeza.


–¿No? Pues ya somos dos. ¿Y aun así me dejas que te haga mía contra una pared? ¿Por qué?


–No… No lo sé.


–Y, no obstante, te has puesto a temblar en cuanto te he tocado y has gritado mi nombre –continuó él, sintiéndose mejor–. Y eso que todavía estás vestida de negro y acabas de enterrar a tu padre. No creo que sea un comportamiento adecuado.


–No lo es. No tenía que haber ocurrido. Y créeme que lo lamento.


–Seguro que sí, pero eso no significa que no vaya a volver a ocurrir –respondió Pedro, acercándose de nuevo–. Porque los dos sabemos, Paula, que puedo tenerte cuando quiera, y donde quiera.


Vió su gesto de dolor y le gustó.


–¿Así que de eso se trata? –inquirió ella, enfadada de repente–. ¿Solo querías demostrarme que puedes tener sexo conmigo cuando quieras?


–Más o menos.


Ella separó los labios, pero tardó en responder.

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