miércoles, 18 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 75

—Pues Adrián y ella son muy felices. Se están haciendo una casa en la costa del Estado de Washington.


—Ah, qué bien, me alegro.


—Creo que querían invitarte a pasar unos días —dijo Paula—. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Estados Unidos?


—Lo bastante como para ir —dijo Enrique, con una sonrisa.


—En ese caso también podrás pasar unos días en la mansión de Pedro, no queda mucho para que esté terminada. Espero que tu nieto sea feliz aquí —dijo Paula.


Quería preguntar dónde estaba, si lo había acompañado hasta allí, pero no se atrevió.


—Pensé que lo sabías —dijo Enrique, frunciendo el ceño.


—¿Saber qué? —preguntó Paula, que no entendía por qué su comentario había provocado que Enrique perdiera la sonrisa.


—Que Pedro no vivirá aquí.


Paula se quedó desolada. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que gran parte de su excitación por ver terminada la obra satisfactoriamente se debía a que Pedro era su beneficiario. Había disfrutado sabiendo que gozaría de los frutos de su trabajo, al tiempo que había abrigado, por qué no admitirlo, una pequeña esperanza. Cuántas veces había soñado que al caminar por aquellas habitaciones sonaba el teléfono y se acercaba a responder y…


—Pedro quiere donar la casa a la Sociedad Americana para la Curación del Cáncer. En cuanto se termine la reforma, la casa y los terrenos se subastarán y todo lo que se obtenga se donará a la Sociedad contra el Cáncer.


Paula tragó saliva, se le había hecho un nudo en la garganta.


—No… No sabía nada —dijo, haciendo los mayores esfuerzos por sonreír—. Me parece maravilloso. Y además, alguna familia vivirá en esta casa tan… Bonita. 


Casi le temblaba la voz y le daban ganas de llorar. Qué estúpida había sido al soñar que algún día Pedro y ella compartirían aquel lugar maravilloso, tendrían hijos… «Pero tú lo rechazaste», dijo una voz en su interior, «Y ya no volverá. Nunca vivirás en esta casa, nunca tendrás hijos con Pedro, ¿Por qué no lo admites de una vez?» Se secó una lágrima con el dorso de la mano, esperando que Enrique pensara que se estaba limpiando la suciedad.


—¿Y cómo es que decidió no vivir aquí? —preguntó, tratando de quitar importancia a la pregunta.


—Puesto que compró la casa para tí como regalo de boda… —dijo Enrique, encogiéndose de hombros—… Ha dejado de gustarle.


Paula se quedó boquiabierta.


—¿Estás enferma, cariño? —preguntó Enrique, con sincera preocupación.


Paula sacudió la cabeza. Tenía que hacer algo, porque estaba a punto de derrumbarse.


—¿Para mí? ¿Pedro compró esta casa para mí?


Enrique se sorprendió de que no lo supiera.


—¿No lo sabías?


A Paula le resultaba inconcebible sentir mayor tristeza, pero aquella nueva revelación añadía una pesada carga a su debilitado espíritu.


—No, no me dijo nada.


¿Por qué no se lo había comentado? Saber que aquel precioso lugar podría haber sido suyo, ¿no habría sido una perfecta retribución por rechazarlo el mismo día de la boda? ¿Por qué no quiso atormentarla diciéndole que en aquella maravillosa propiedad histórica podrían haber…? Giró la cabeza para llenarse la vista y el corazón con aquel magnífico regalo. Se le llenaron los ojos de lágrimas, que contuvo a duras penas.


—Me parece muy generoso por su parte.


—Mi Pedro es un buen muchacho —asintió Enrique.


A pesar de cómo se sentía, Paula no pudo evitar reaccionar con una risita al comentario de Enrique, que restaba tanta importancia al enorme regalo de su nieto. Pero la risita resultaba preocupante, sin duda, porque demostraba que estaba al borde de la histeria. ¿Cómo podía sentirse al mismo tiempo profundamente triste y profundamente conmovida? Pedro había comprado aquella casa ¡Para ella! Y ella la había amado antes de darse cuenta de que lo amaba a él, pero por su torpe comportamiento los había perdido a los dos. 

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