lunes, 30 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 11

Volvían a estar allí otra vez. Y Paula se dió cuenta, horrorizada, de que la atracción seguía siendo igual de fuerte, que seguía deseándolo tanto como aquella noche de junio, a pesar de saber lo que había hecho, de saber en qué clase de hombre se había convertido. Pedro ya no era el chico cariñoso y divertido del que se había enamorado. Su mirada era cruel y seria. Y, no obstante, lo seguía deseando.


–Por supuesto que me acuerdo –respondió, intentando recuperar el control de la situación–, pero no voy a volver a cometer el mismo error.


–Entonces, ¿Fue un error? Interesante…


–Sí, lo fue –dijo ella, sintiendo calor en las mejillas.


–Pues a mí no me lo pareció. A mí me pareció que lo tenías todo muy bien planeado.


–¿A qué te refieres? –susurró Paula.


–A que ahora me toca a mí seducirte –le contestó él, acercándose e inclinando la cabeza hacia sus labios.


–No, Pedro, ¡No seas ridículo! –exclamó ella, intentando apartarse.


–Y tengo que admitir que lo estoy deseando.


Entonces la besó, hundió los dedos en su pelo y Paula no pudo escapar. Fue un beso intenso, urgente, despiadado. E imposible de resistir. Porque, a pesar de todo, ella sintió que se derretía entre sus brazos. Sintió que la hacía retroceder y notó la pared en la espalda y se dió cuenta de que no podía escapar. Sus miradas se encontraron un instante, pero entonces él la volvió a besar y ella se dejó llevar por el deseo que se había adueñado de todo su cuerpo. Pedro le agarró la pierna y se la puso alrededor de la cintura, le acarició el muslo y apartó la ropa interior con impaciencia para sentir su calor. La hizo estremecerse de placer. Él se apartó, dejó caer su pierna y buscó en el bolsillo de la chaqueta un preservativo, cuyo envoltorio rasgó con los dientes al mismo tiempo que se quitaba la chaqueta, se desabrochaba los pantalones y los dejaba caer al suelo. Hizo lo mismo con los calzoncillos y se puso el preservativo. Entonces volvió a ella, la levantó del suelo porque supo que lo abrazaría con las piernas por la cintura, y volvió a apartarle las braguitas, pero no para acariciarla con los dedos, sino con la punta de la erección. Y entonces, la penetró. Paula no pudo pensar en nada más, el momento de placer se transformó en ansias de más, y se lo pidió sin palabras. Le pidió que la llevase a ese lugar al que se había temido no volver jamás. Y Pedro obedeció. Sus cuerpos golpearon la pared hasta que ella sintió que no podía más, y entonces gritó su nombre y se estremeció contra él. Notó que Pedro se ponía tenso y gemía contra la maraña de su pelo.

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