lunes, 30 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 14

 –Deja de fingir, Paula. Lo sé.


–¿El qué?


Si Pedro había tenido alguna duda de su traición, la expresión de culpabilidad del rostro de Paula se la confirmó.


–¿Quieres que te lo explique? Porque si es lo que quieres…


Se alejó un par de pasos de ella y después se giró para volver a mirarla.


–Volvamos a la noche de tu decimoctavo cumpleaños. La noche en que mi padre descubrió que la policía había registrado uno de los barcos y lo había encontrado lleno de armas. Mientras Horacio iba a Villa Melina, a intentar averiguar qué estaba pasando, tu padre te mandó aquí para que me entretuvieses. E hiciste un trabajo magnífico, lo tengo que admitir.


Hizo una pausa, su actitud era condescendiente.


–Miguel debió de sentirse muy orgulloso de tí. Mientras a mi padre le daba un infarto, tú me seducías… Mientras a mi padre se lo llevaban en helicóptero, nosotros nos entregábamos a la pasión. Y, cuando él llegó al hospital, ya era demasiado tarde.


–No, Pedro. No fue así.


–Por supuesto que sí, Paula. Antes de que a mi padre le diese tiempo a enfrentarse al tuyo, a defenderse, le dió un infarto y se murió. Apuesto a que Aristotle no pudo ni creerse la suerte que había tenido.


–Eso… Eso que has dicho es terrible.


–Fue terrible, tienes razón –replicó él–. No solo traficaba con armas, sino que traicionó a su viejo amigo. No podría haber sido mucho más terrible, no.


–¡No es verdad! ¡No te creo! –gritó Paula, angustiada–. Mi padre no tenía nada que ver con el contrabando de armas. Él jamás habría traicionado a Horacio.


–Y supongo que tampoco fue el responsable de que me detuvieran a mí y me encerraran en la cárcel cuatro años y medio, ¿No?


–¡No! Eso tampoco es verdad. ¿Cómo iba a ser posible?


–Muy fácilmente. Tu padre tenía amigos corruptos en las altas esferas. O en las más bajas, dependiendo de cómo se mire.


–¡No! Te lo estás inventando.


–No insultes a mi inteligencia fingiendo que no lo sabías – continuó él, pasándose una mano por el pelo–. Me traicionaste igual que tu padre traicionó al mío. Solo espero que te mereciese la pena.


Paula se dió la vuelta y se tambaleó hacia las puertas abiertas de la terraza. No podía ni mirarlo y a Pedro no le extrañó. Pero todavía no había terminado con ella.


–Así que, ya ves, agape mou, esta es mi venganza. Ahora me toca a mí hacerte ver cómo se siente uno cuando lo utilizan, cuando se aprovechan de él.


Se acercó a ella, apoyó una mano en su hombro y la hizo girarse para mirarla a los ojos.


–Dime, Paula, ¿Cómo te sientes?

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