lunes, 9 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 56

 —¡No, no! —exclamó, tratando de apartar a Pedro.


Sabía que él pensaría que estaba loca, desquiciada. Primero lo incitaba, luego lo rechazaba. Pero no podía evitarlo. Nunca había deseado tanto, nunca había sentido tanta confusión, ni tanta rabia.


—¡No, no, apártate, Niko! ¡No te lo debo, no te lo debo, no te debo nada! 


¿No era eso, en realidad, lo que más la preocupaba? Pensar que él quizás creyera que, solo porque hubieran estado prometidos y lo hubiera dejado plantado en el altar, le debía algo, le debía su cuerpo.


—¡No te debo nada! —exclamó, y se levantó bruscamente de la cama, avanzando unos pasos.


Durante unos segundos el mundo pareció detenerse. Al cabo de un minuto interminable, Paula dió media vuelta. A pesar de la oscuridad, la silueta de Pedro se recortaba sobre el blanco de la cama. Estaba de costado, mirándola. Aunque eso no lo sabía con precisión, quizá tuviera los ojos cerrados.


—Pensé que estabas bromeando cuando has dicho que teníamos que acostarnos juntos —dijo, aferrándose al despecho, el sentimiento más seguro para ella en aquellos momentos—. Ya puedes saborear tu victoria, porque será la última. Mi respuesta es no, definitivamente no. ¿Has oído? Así no vas a conseguir tu venganza.


Pedro no se movió. Paula se sentía débil. Lo mejor sería sentarse. A trompicones se dirigió al otro extremo de la habitación y se sentó en la silla. Al cabo de unos minutos, oyó el roce de las sábanas.


—¿Qué haces? —exclamó. Y se mordió el labio al instante. ¿Por qué tenía que hablarle?


—Es obvio —dijo él. ¿Se estaba metiendo en la cama?, se preguntó Paula, ¿O se está levantando? Qué más daba—. Estoy saboreando mi victoria.



Las seis horas que había pasado encerrado en aquel dormitorio con Paula habían sido la gota que había colmado el vaso. Pedro jamás había tenido la intención consciente de besarla, pero ella le sonrió, le echó los brazos al cuello, se colgó de él como una seductora sirena. ¿Qué demonios podía hacer? Se le hizo un nudo en el estómago y profirió un gruñido. No estaba acostumbrado a perder el dominio de sí mismo y no le gustaba nada. ¿Y si se estaba volviendo loco? Porque besarla nunca entró en sus planes, y mucho menos hacerle el amor. Y a pesar de ello… Se mezó los cabellos, estaba muy agitado. Siempre había sido capaz de aceptar o de rechazar a una mujer según le conviniera, pero aquella mujer… aquella mujer a la que no quería acercarse… Le resultabaimposible actuar de un modo coherente con ella. Cerró la maleta con un juramento. Había tenido bastante venganza de por vida.


—Es hora de volver al trabajo —se dijo, apretando los dientes. El trabajo significaba dólares y centavos, inversiones, ganancias o pérdidas.


El trabajo era algo coherente, las cifras y los proyectos eran cuestiones concretas que podía entender y controlar. El trabajo no lo volvía loco, a diferencia de aquella mujer.


—Por lo que a mí respecta, señorita Chaves —murmuró—, la luna de miel ha concluido. 

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