miércoles, 25 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 6

 –No te tengo miedo, Alfonso –dijo–. Y te lo demostraré si quieres.


–¿No habían dicho que teníamos que tomar un barco? – replicó Pedro con indiferencia.


Marcos dió un paso hacia él, pero Lucas lo sujetó del brazo.


–¡Esto no va a quedar así, Alfonso! –lo amenazó Marcos a gritos mientras su hermano tiraba de él–. Vas a pagar por esto.


Paula observó sorprendida cómo sus hermanastros desaparecían. Había pensado que sus hermanos iban a quedarse un par de noches en la isla a revisar los papeles de su padre y resolver sus asuntos pendientes, pero era evidente que eso no iba a ocurrir. Tampoco les había importado dejarla a solas con Pedro. Se dió cuenta entonces de que seguía teniendo el lirio blanco en la mano y, acercándose a la tumba, lo dejó caer mientras se despedía en silencio de su padre. Se le hizo un nudo en la garganta. No solo se despedía de su padre, sino también de Thalassa, de su niñez, de su ascendencia griega. Aquel era el final de una era. Se giró para marcharse inmediatamente y chocó contra el fuerte pecho de Pedro. Se agarró al bolso que llevaba colgado del hombro y dijo:


–Si me perdonas, tengo que marcharme.


–¿Marcharte? ¿Adónde exactamente?


–Marcharme de la isla con los demás. No tiene sentido que me quede aquí más tiempo.


–Por supuesto que sí, agape, no te vas a ir a ninguna parte – la contradijo Pedro, agarrándola por la muñeca y llevándosela al pecho.


Paula sintió pánico, pero, extrañamente, no fue una sensación completamente desagradable.


–¿Qué quieres decir?


–Lo que he dicho. Que tú y yo tenemos cosas de las que hablar. Y que no te vas a marchar de Thalassa hasta que no lo hayamos hecho.


–¿Me vas a retener por la fuerza?


–Si es necesario, sí.


–No seas ridículo.


Intentó mostrarse fuerte y dura. Clavó la vista en la muñeca que Pedro le estaba agarrando y no la apartó hasta que él no la hubo soltado.


–¿Y de qué tenemos que hablar? Que yo sepa, no tenemos ningún tema pendiente –mintió.


–No me digas que se te ha olvidado, Paula. Porque yo todavía me acuerdo –le contestó él con la mirada brillante–. Digamos que la imagen de tu cuerpo medio desnudo en mi sofá, de tus piernas alrededor de mi cintura, me ha acompañado todos estos años. Tal vez demasiado. Supongo que es lo que ocurre cuando estás en la cárcel. Uno se tiene que conformar con lo que tiene.


Pau se ruborizó y dió gracias de llevar puesto el velo negro que ocultaba parcialmente su rostro. Al menos hasta que Pedro lo retiró suavemente. Por un instante, Paula pensó que iba a besarla como si fuese una novia.


–Así está mucho mejor.


La miró mientras ella contenía la respiración.


–Se me había olvidado lo bella que eres, Paula.


Ella respiró por fin con un gemido. Lo último que había esperado era un cumplido.


–No sabes cuánto deseo que retomemos nuestra relación. Llevo esperándolo casi cinco años.


Ella se puso tensa.


–Si piensas que voy a volver a acostarme contigo, Pedro, estás muy equivocado.


–No hace falta que nos metamos en una cama, podemos hacerlo en el sofá, contra la pared, o aquí mismo, frente a la tumba de tu padre. Me da igual. Te deseo, Paula. Y te advierto que siempre consigo lo que quiero.

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