lunes, 2 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 47

Apartó los labios bruscamente, aunque no soltó los brazos.


—¡Oh! Yo… yo…


A pesar de que el contacto había sido muy breve, Paula podía sentir sus labios el sabor y el tacto, dulce y masculino, de los Pedro. Pedro tenía una expresión preocupada, con los dientes apretados y el gesto contrariado. Pero, ¿Qué podía esperar?, se preguntó Paula. Lo que sentía por ella, lo había dejado muy claro. Sus pensamientos volvieron poco a poco a los terrenos donde solía moverse con respecto a Pedro: Suspicacia, molestia y una incómoda ambigüedad. 


—¿Qué ha hecho? —le preguntó, quitando las manos de sus hombros y colocándolas sobre su pecho, como si tratara de apartarlo de ella—. ¿Dar una patada a la escalera?


Pedro puso gesto de perplejidad y Paula observó cómo se le hinchaba una vena en la sien.


—Claro, nada me divierte más que ir por ahí dando patadas a las escaleras, sobre todo cuando hay alguien subido a ellas dijo—. Lástima que haya olvidado apartarme.


Aquel sarcasmo no cayó en saco roto, pero Paula sabía que se lo merecía. Pedro había actuado como un héroe, podía haber resultado herido. Agachó la mirada y se esforzó por tragarse su animosidad y su orgullo herido. Sabía que se había ruborizado porque le ardían las mejillas.


—De acuerdo, de acuerdo, perdone —dijo, y lo miró tímidamente—. Gracias por… Por lo que ha hecho. Supongo que no soy una pluma —dijo. Sabía muy bien que, al caer a plomo, para él debió ser como atrapar un saco de cemento. Solo un milagro lo libraría de haberse roto alguna vértebra—. ¿Está bien?


—Sobreviviré —replicó Pedro, sin suavizar la expresión. La vena de la sien seguía hinchada y apretaba la mandíbula—. ¿Qué demonios hacía ahí arriba? ¿Se ha propuesto entrar en el circo, o tan solo romperse la espalda?


Paula apartó la vista.


—Estaba tratando de apartar una tela de araña para hacer una foto — aclaró. Se sentía como una estúpida.


—Comprendo.


Pedro no dijo nada más, pero tampoco la soltó. Paula sentía cierta inquietud entre sus brazos. Aspiraba el olor de su cuerpo y sentía su calor. Pasó la lengua por los labios en un gesto instintivo. Otra acción muy estúpida, se reprendió.


—Puede bajarme.


Pedro tardó tres palpitaciones en responder a la petición de Paula. Ella lo supo porque no podía dejar de mirar la vena que se le había hinchado en la sien.


—De acuerdo —dijo él, dejándola en el suelo. 


Paula no se sentía bien. Estaba algo mareada y le daba vueltas el estómago.


—Me he quedado sin película —dijo como excusa para abandonar rápidamente la habitación.


El rechinar de las suelas de goma de las zapatillas deportivas de Paula se perdió en la distancia. Pedro no se había fijado en ella. Prefería concentrar la mirada en algo menos perturbador que la trasera de sus vaqueros. Miró a su alrededor. La escalera, al caer, había golpeado en una mesa y en una lámpara de metal, que se había deslizado por el suelo, dando contra la pared. Tenía el aspecto de una extraña nave espacial. Luego divisó, entre los demás muebles amontonados en la sala, un sillón que parecía una gran cuchara. Estaba tapizado en cuero verde y sostenido por un trípode de patas metálicas. 

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