lunes, 16 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 66

Repitió en un murmullo sus palabras: «Espero que encuentres lo que estás buscando». Pero, ¿Y si ya lo había encontrado? ¿Y si Pedro era su verdadero amor y ella había sido tan estúpida como para rechazarlo antes de conocerlo, antes de mirar sus preciosos ojos, de saborear su olor, sus besos…?


—¿Y si…? —se dijo, sollozando de nuevo—. ¿Y si es él? ¿Y si es él?


Paula se sorprendió de su propia risa, pero se sentía bien, muy bien. ¿Habían pasado ya dos semanas desde que pusiera los pies en casa de Pedro por primera vez? Durante los dos últimos días, había comenzado a acostumbrarse a la continua presencia de Reece. Sus constantes atenciones habían comenzado a hacer mella en ella, a ablandar los bordes de su pena. Su ingenio le agradaba, su manera de hablar, típica de Texas, le gustaba cada vez más. El sonido de su propia risa la sorprendió. ¿Cuánto tiempo hacía que no se reía? Al diablo con Pedro Alfonso. Primero, por su plan de venganza y ahora, por su civilizado comportamiento. Llevaba sin hablar con ella al menos dos días y, cuando o hacía, era solo para dirigirle frases corteses y carentes de sentido. Se había cruzado con él en el pasillo un par de veces, pero, a diferencia de antes, ya no se detenía a hablar con ella. Y ella, por su parte, debía de estar algo loca, porque se sentía vacía. ¿Acaso las sarcásticas réplicas que Pedro le dedicaba los primeros días eran mejores que su indiferencia? Posiblemente, entonces al menos había fuego en pus ojos, y no reserva. Para él se había convertido en algo así como en una vecina que, por circunstancias excepcionales, estaba viviendo en su propia casa. Afortunadamente, Leonardo no escatimaba esfuerzos para hacerla reír. Gracias a él había recuperado la sonrisa y hasta cierto punto, su natural alegría. Ella le demostraría al señor Frío y Distante que sus atenciones le importaban bien poco. Aquel día, tras terminar la jornada, Paula y Leonardo se dirigieron a la habitación de esta para dejar la cámara y los cuadernos de muestras.


—Creo que voy a darme una ducha antes de cenar —dijo, estirando los músculos.


—¿Te acompaño? Soy el mejor del mundo frotando espaldas — sugirió Leonardo con una sonrisa. 


Paula lo miró, riendo.


—Eres muy grandote —replicó—, y me temo que en esa vieja bañera no hay sitio para los dos juntos. 


—Eso no es verdad. Las bañeras son enormes —respondió Leonardo—. A propósito, ¿Qué va a hacer Pedro con tanto trasto viejo?


Paula lo miró con ligera reprobación.


—¿Cuántas veces te lo he dicho? Por guardar esos trastos viejos es por lo que estoy aquí. Gracias a Dios, los admiradores de los cincuenta no tiraron los baños originales. Así que, vaquero, respondiendo a tu pregunta te diré que no, que Pedro no va a tirar tanto trasto viejo.


Leonardo dejó el equipo junto a la pared y se incorporó para mirar a Paula.


—Ya, bueno, dame una ducha con seis chorros y que se quite todo lo demás.


—Leonardo, eres horrible, ¿Lo sabías?


Leonardo le guiñó un ojo. Con sus vaqueros ajustados, las botas altas y la camisa amarilla, parecía recién salido de un anuncio de Marlboro. Oh, ¿Por qué demonios su corazón no palpitaba por él como palpitaba cuando veía a Pedro? Habría dado cualquier cosa porque fuera así. Aunque sabía que una relación con Leonardo no podría ser duradera, quizá solo algo tan radical podría extirpar el hondo deseo que sentía por Pedro.


—¿En qué estás pensando, nena? —preguntó Leonardo, tomando una de sus muñecas.


—En nada, yo…


Leonardo interrumpió la frase besándola en los labios. Paula se quedó perpleja por un instante, pero solo por un instante. Era algo que tendría que haber anticipado. Un hombre no se pasa las horas dedicando todas sus atenciones a una mujer sin esperar nada a cambio. 

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