lunes, 16 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 68

El viejo arrugó el ceño y farfulló algo en griego. Pedro no hablaba griego, pero conocía algunas palabras, entre ellas, algunas bastante groseras.


—A la esposa de diecinueve años de un viejo de setenta y siete se le puede llamar muchas cosas, pero no eso que has dicho. Al menos, no delante de unas damas. Recuerda que casi todos los que nos sentamos a esta mesa entendemos griego.


Enrique se quedó lívido.


—Mis disculpas, señoras —dijo, con una inclinación de cabeza y recuperó su expresión enfurruñada—. Lo único que puedo decir es que mi amigo ha perdido la cabeza y pronto perderá su fortuna. Francamente, dudo que esa chica tenga cerebro. Desde luego sus atributos son generosos, pero muy distintos. Eso sí, pedigüeña lo es un rato. ¡Se ha pasado una hora diciendo que necesitaba un yate! —exclamó, haciendo grandes aspavientos—. Nadie necesita un yate, y menos una chiquilla malcriada.


—Por lo que veo, has vuelto contento —bromeó Pedro.


—¡Bah! No me fastidies. Pero que te sirva de lección, muchacho, encontrarás por ahí fuera muchas mujeres que solo te querrán por tu dinero.


Leonardo se echó a reír.


—Sí, abuelo, pero, ¿Qué me dice de lo divertido que resulta? Dígame un modo mejor de gastar el dinero.


—¡Leonardo! —intervino Paula—. Supongo que es así como piensas gastar tú el tuyo.


—En este momento estoy pensando en una relación mucho más seria —dijo el rubio, guiñando un ojo.


Paula se rió. Parecía encantada con él. Pedro no podía apartar la mirada de ella. Sus cabellos eran oscuros como la noche, sus labios llenos como una fruta y el brillo de sus ojos contrastaba deliciosamente con las rosadas nubes de sus mejillas.


—Conociendo tu vida vagabunda —dijo Paula, respondiendo a Leonardo—, no creo que eso sea posible.


—Cariño —dijo Leonardo, apretándole los hombros—, no sé qué quieres decir exactamente, pero me encanta la cara que pones cuando lo dices.


Pedro se sentía cada vez más incómodo. Agarró el tenedor como si le fuera la vida en ello. «¡Maldita sea, tengo que volver a trabajar! ¡Cuánto antes!» Aquella estúpida luna de miel lo estaba volviendo loco.


—Está bien, muchachos, atención todos —dijo Adrián, captando la atención de la mesa—. Quería esperar a los postres, pero me temo que ya no puedo esperar más —echó la silla hacia atrás y se puso en pie, inclinando luego la cabeza para mirar a Alejandra.


Pedro tuvo la impresión de que era el preámbulo de un gran acontecimiento. Adrián tomó la mano de Alejandra y se arrodilló ante ella. 

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