lunes, 9 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 58

 —De modo —dijo Leonardo al ver a Paula y golpeando amistosamente a Pedro— que ésta es la encantadora señora Alfonso.


Pedro miró en la dirección que indicaba Leonardo. Se había olvidado por un instante de que las Chaves estaban allí.


—Sí —dijo él, y se percató de que no era cierto, de que Paula no era la señora Alfonso. ¿En qué demonios estaba pensando? Sacudió la cabeza. ¿Es qué Leonardo y Adrián no se habían enterado de lo sucedido?—. Es decir…


—Bueno, pues no seré el primero en besar a la novia —interrumpió Leonardo, acercándose a Paula—, pero como decía mi padre, «Más vale tarde que nunca».


Se echó el sombrero texano hacia atrás y, estrujando la cara de Paula con ambas manos, le plantó un beso en los labios. Un beso que duraba demasiado, pensó Pedro, y decidió intervenir.


—Iba a decir que no, que la boda no llegó a celebrarse.


Leonardo se separó y, aunque daba la espalda a Pedro, resultaba evidente que estaba sonriendo.


—¡Uf! He de decirte que me das auténtica envidia, muchacho, la peor de las envidias.


Pedro se aclaró la garganta.


—Creo que te has perdido algo importante —dijo Adrián, con la educación que lo caracterizaba.


—¿Eh? —dijo Leonardo, dando media vuelta, sin apartar las manos del rostro de Paula—. Desde mi punto de vista no me he perdido nada.


Por primera vez desde que lo conocía, a Pedro le dieron ganas de partirle los dientes a su amigo del alma. Paula tomó la iniciativa y se separó del texano.


—Pedro acaba de decir que no están casados —aclaró Adrián, mirando a Paula, que se había sonrojado, y a Pedro, que se había quedado con la boca abierta.


—Sí, claro —dijo Leonardo con una carcajada.


—No, de verdad, es cierto —intervino Alejandra—. Mi hija lo dejó plantado, la muy tonta.


Pedro miró a Paula, que se sonrojaba cada vez más. 


—Si me perdonan —dijo esta—, tengo que trabajar. Encantada de conocerlos —se despidió con una sonrisa y se alejó.


Todos la siguieron con la mirada hasta que desapareció en lo alto de la escalera.


—¿Qué demonios…? —preguntó Leonardo, volviéndose hacia su amigo—. ¿Qué le hiciste, viejo cuatrero?


Pedro no se merecía aquello, y todavía menos aquel día. Frunció los labios y contó hasta diez.


—¿Es usted la madre de Paula? —intervino Adrián, adelantándose—. No puedo creerlo. Parece usted muy joven.


Alejandra enarcó mucho las cejas y sonrió forzadamente.


—Muchas gracias, muchas gracias. En fin, sí, soy Alejandra Chaves, encantada de conocerlo.


—Hola, soy Adrián Morse —dijo el amigo de Pedro, ofreciendo su mano—. El señor Chaves y usted deben estar orgullosos, tienen una hija preciosa.


Alejandra estrechó su mano.


—Gracias otra vez —dijo, y dejó de sonreír—. Pero estoy viuda, señor Morse. Aunque, es verdad, mi marido estaría muy orgulloso de Paula, por muchas razones.


Adrián tomó la otra mano de Alejandra.


—Ese chacal incivilizado que ha besado a su hija es Leonardo Webley. Somos amigos y socios de Pedro. 

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