viernes, 20 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 78

 —No te vayas a casa todavía, Paula —le dijeron al oído.


Se volvió con sobresalto. Era Pedro. Estaba empapado, pero se colocó delante de ella y se quitó la chaqueta del esmoquin para echársela sobre los hombros. Paula tenía la mente en blanco y se limitaba a mirarlo, sin creer que estuviera allí, a su lado. Pedro agarró las cuerdas que sostenían el columpio con las manos y fue deslizando estas hacia abajo lentamente, hasta colocar una rodilla en tierra.


—Estás preciosa.


Por descontado, no era verdad y no podía creerlo, aunque tampoco veía su habitual sonrisa burlona. Seguramente no la veía debido a la oscuridad. Además, el fragor de las olas se sobreponía a su tono, sin duda burlón.


—¿Cómo sabías que estaba aquí?


—¿Acaso crees que puedes entrar en una habitación sin que yo note tu presencia?


Paula estaba confusa. ¿Por qué Pedro estaba tan distinto? Todo lo que decía parecía un cumplido. Era como si, desde que se habían conocido, su relación se caracterizara por la ternura y el afecto. Tenía que esforzarse por pensar con claridad.


—Donar la mansión me parece una idea muy generosa, muy… Recomendable —dijo. ¿No lo era, después de todo? Lo habría sido para cualquiera que no abrigara sus locos sueños.


—Estoy pensando en comprar otra —dijo Pedro, para mayor desconcierto de Paula.


—¿Estás… Estás… Pensan…?


La declaración le había provocado un cortocircuito en el cerebro.


—Si la compro, ¿Querrías convertirla también en una casa perfecta?


El desconcierto de Paula crecía cada vez más.


—¿Perfecta? —repitió, le costaba concentrarse, aún no se había recobrado de la sorpresa—. Eso llevará mucho tiempo —dijo. Necesitaba tranquilizarse, solo así lograría comprender algo. ¿A qué venía aquella propuesta? Ah, claro estaba bromeando. Como siempre, seguía burlándose de ella. Cuánto desearía poder decirle cómo se sentía—. Así que pasarán algunos meses antes de que puedas vivir en ella. 


Por mucho que lo intentara, Paula no conseguía encontrarle sentido a aquella conversación absurda. Pedro sonrió. Qué pena, se dijo Paula, que ella tuviera el mismo aspecto que si se hubiera salvado de un naufragio mientras él parecía nacido para esbozar aquella maravillosa sonrisa.


—Solo la quiero para tí, Paula, ¿Quieres casarte conmigo?


Paula no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Es que no se daba cuenta de hasta qué punto era frágil? ¿Se daba cuenta de que con aquellas burlas acabaría por romper su débil burbuja de protección?


—Eso es una crueldad —susurró, solemnemente—.¿Cómo te atreves a burlarte de esa manera? —dijo, apartándose el flequillo de la cara e irguiéndose, como si esa fuera la única manera de no derrumbarse—. Vete, por favor.


Pedro dejó de sonreír.


—No puedo —dijo, y soltó el columpio para sostener el rostro de Paula entre sus grandes y cálidas manos—. Esta vez no, Paula, no hasta que me des un «Sí» o un «No» definitivo —su mirada era tierna, suave acariciadora—. Puede que gane la corona al rey de los tontos, pero tengo que pedírtelo o nunca me perdonaré a mí mismo.


Apretó los dientes y frunció el ceño ligeramente.


—Me enamoré de tí en cuanto ví tu fotografía. Creo que por eso cuando me rechazaste estaba tan… Tan… Tan furioso. Entonces no lo sabía, o, al menos, me decía que no era cierto. Pero cuanto más intentaba odiarte, más me enamoraba. Me dolía comprobar que tú no me querías y cuando aceptaste la proposición de Leonardo, no pude soportarlo —dijo, apretando los labios—. Estaba herido y me retiré para lamerme las heridas. Supe que habías roto con él cuando Alejandra y Adrián vinieron a visitarme y me lo dijeron —le explicó y se inclinó hacia delante, como si quisiera hablarle al oído—. Me juré que si hoy venías, no te dejaría escapar sin luchar. 

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