miércoles, 4 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 55

Cuando sintió sus dulces labios, Paula no se sorprendió, ni se sintió incómoda, ni pudo ni quiso resistirse. Al contrario, su corazón se elevó en una danza alegre y deliciosa y sus labios se abrieron como los pétalos de una flor al ser libada. Esa vez el beso de Pedro no fue brusco, como el primero, ni precipitado, como el segundo, el que ella le había dado. Ella gozó del tacto de sus labios, de la textura de su piel, de la suavidad de sus manos, que la acariciaban y la excitaban. La mujer que había en ella comenzaba a despertar con una pasión que nunca había conocido. Estaba sumida en una sensación desconocida, dulce y luminosa. Y sin embargo, en el fondo de su mente oía una incómoda voz que gritaba: « ¡Tonta, tonta, tonta!» Trató de no prestarle atención y a ello la ayudó el juego sutil y profundo de sus lenguas, que se enroscaban, explorando los rincones de sus bocas. Tiró de su camisa, sacándosela por completo, y le acarició el estómago. Era tan masculino. Aquella caricia era como un pequeño bocado que solo servía para despertarle el apetito. Explorar su cuerpo era como un delicioso y tentador regalo. Después de verse torturada por lo que a ella le parecían años, podía por fin experimentar la delicia sensorial que suponía tocar a aquel hombre físicamente perfecto.


El sentido común de Paula le suplicaba que se detuviera, que recordara por qué la había invitado, que su único objetivo era humillarla, degradarla.  A pesar de ello, su cercanía era un desafío que no podía vencer. Gimiendo de deseo se estrechó contra él, apretándose contra su cuerpo tenso y perfecto. Advirtió entonces hasta qué punto Pedro estaba excitado y se dió cuenta de que no podría parar. Nada le importaba. Se dejaría humillar, degradar, cualquier cosa. Era demasiado débil para decir «No». Quizá él la odiara, pero sexualmente era tan atractivo que no podría resistirse. Sus besos eran de fuego y de miel, y sus caricias, como el roce de un ángel. Sabía cómo tocar, cómo complacer, con las manos y con los labios. Ella, por su parte, sabía que se estaba perdiendo en los brazos de un hombre que la aborrecía, que había jurado venganza, una venganza que quizá se estuviera cobrando en aquellos momentos. ¿Tan débil eres?», insistía la voz de su conciencia en un esfuerzo denodado por salvarla de sí misma. « ¿Por qué dejas que, de todos los hombres del mundo, sea Pedro Alfonso el que te venza? Sabes muy bien que la venganza es su único objetivo. ¿No te das cuenta de que es así como paga el hecho de que lo dejaras plantado en el altar? ¿Estás segura de que podrás seguir viviendo como hasta ahora después de haberle entregado lo más íntimo de tu ser?» ¿Estás segura de que podrás seguir viviendo como hasta ahora? La pregunta resonaba en su cerebro como el zumbido de una mosca. Pero las caricias de Pedro eran más poderosas que cualquier pregunta, que todas las conciencias. Eran, en realidad, la única respuesta que quería escuchar. En aquellos momentos, no sabía qué sentiría al día siguiente, solo sabía que, si no se dejaba llevar, iba a lamentar toda su vida la oportunidad que el destino le brindaba de conocer a Pedro del modo más íntimo en que una mujer podía conocer a un hombre. Pero en el terrible combate que estaba librando, la voz de la conciencia, resurgiendo de las cenizas en que quería sumirla, se alzó más fuerte que nunca. 

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