lunes, 16 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 69

 —Aprovechando la mención de ese amigo de Enrique y de su malcriada esposa, te aseguro que no soy un viejo aburrido en busca de alguien con quien gastar mi fortuna… —su sonrisa era tan acaramelada que a Pedro le daban ganas de vomitar—. He tenido una buena vida, una magnífica vida de soltero, pero desde el momento en que te conocí, Alejandra, el mundo ha cambiado para mí y me he dado cuenta de que hasta ahora he llevado una vida absolutamente vacía.


Pedro nunca había visto a su reflexivo amigo tan apasionado. Aquel gurú de las finanzas parecía un adolescente que no hubiera visto a una mujer en su vida.


—Nos conocemos hace muy poco, Alejandra —prosiguió Adrián—, pero te quiero y deseo que te cases conmigo. En toda mi vida he deseado nada tanto como esto, en toda mi vida he estado más enamorado.


Se hizo el silencio. Pedro no podía ver la cara de Alejandra, que le daba la espalda. No sabía si estaba perpleja o emocionada, si lloraba o se había quedado de piedra. Su única opción era mirar a Paula. Sin duda, a través de la hija podría conocer la reacción de la madre. Qué guapa era, se dijo. En aquel momento, tenía los ojos como platos y los labios separados en un gesto expectante y muy seductor. Al cabo de unos segundos, derramó una lágrima y sonrió. Alejandra dejo escapar una larga exclamación y, levantando a Adrián, lo abrazó.


—Oh, sí, Adrián, sí, sí —dijo, y se estrechó contra su prometido.


La infantil expresividad de Alejandra intrigaba a Pedro, porque le daba un aspecto más juvenil que el de su hija. Volvió a mirar a Paula, que no había dejado de sonreír. Se le escapaban las lágrimas, pero seguía erguida, casi tranquila. Desde luego, era de personalidad más contenida que su madre. Excepto cuando tenía un mal sueño.


—Cuánto me alegro, mamá —susurró Paula.


Pero Pedro se daba cuenta de que su alegría no era completa. Sin duda, estaba combatiendo viejas lealtades hacia un padre al que tiempo atrásella, nunca podría llegar a la altura de un padre perfecto. Sin embargo, era una mujer extraordinaria, puesto que anteponía la felicidad de su madre a esas consideraciones que jamás diría en voz alta. Sin embargo, se dijo, quizá sí tendría que hablar con su madre al respecto. Tal vez necesitaba escuchar de sus labios que su padre no era perfecto, que tenía, como todos, algunos defectos. Si Paula seguía manteniendo aquella imagen ideal, una imagen con la que ningún hombre podía medirse, quizá nunca sería capaz de mantener una relación duradera. Ningún hombre podría competir con el hombre perfecto, aunque este no existiera más que su imaginación, o precisamente por eso. En cuanto ella descubriera algún defecto, saldría corriendo, como había hecho con él. Enrique, que se había puesto en pie, palmoteó a Adrián en la espalda.


—Vaya, vaya —dijo el anciano—, me alegro de que nuestra querida Alejandra haya encontrado la felicidad después de tantos años de cuidar a su hija y a su suegro —dijo, dando un puñetazo en la mesa—. ¡Demonios! Se merece toda la felicidad del mundo. Es un gran día, ¡Un gran día!


—Vaya con mi amigo Adrián —dijo Leonardo, levantándose de la silla—. Pensé que no viviría para ver esto, Adrián, viejo cuatrero —tras felicitar a su amigo, se dirigió a Paula—. Nena, no podemos dejar que este par de canallas nos tomen la delantera. 


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