lunes, 16 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 67

Sus labios eran muy suaves y el beso, lleno de pasión. Sostenía su cabeza con las manos, como si temiera que ella se apartase, pero ella no se apartaría. ¿Qué era un pequeño beso después de todo lo que había hecho por ella? Le devolvió el beso, pero sin la pasión que tanto deseaba sentir. Apoyó las manos en su pecho, para dejarle saber que el beso tenía que terminar, pero Leonardo no respondió a su suave petición. Le concedió unos segundos más y comenzó a contar hasta tres y, justo cuando llegaba al final de la cuenta, oyó que alguien, un hombre, se aclaraba la garganta. Al parecer, Leonardo también lo oyó, pues se separó ligeramente. Se trataba de Pedro, que estaba apoyado en el marco de la puerta, cruzado de brazos y con una mirada amenazadora. 


—Lamento la interrupción —dijo, sin ocultar el sarcasmo—. Venía a decirles que cenaremos a las ocho. La carne de Kansas ha llegado algo tarde. ¿Cómo quieres el filete, Paula? —preguntó, con una sonrisa irónica.


Paula no podía adivinar lo que insinuaba con aquella ironía, ni con el sutil cambio de tono de su voz. O, mejor, no quería saberlo.


—La cocinera lo sabe —dijo, encogiéndose de hombros—. El otro día estuvimos hablando sobre la carne de Kansas.


—A tí no te pregunto —dijo Pedro, refiriéndose a Leonardo—, sé bien lo que te gusta. Hasta luego.


Leonardo se rió.


—Pedro es muy divertido —dijo, y colocó una mano sobre el hombro de Paula—. Creo que lo que me gusta es evidente, nena —añadió, guiñando un ojo—. Será mejor que te des esa ducha —dijo, y salió de la habitación, cerrando la puerta.


Paula estaba confusa. La mirada de Pedro no había revelado nada, pero ella había sentido sus efectos. ¿Cómo podía abrirse paso hasta lo más profundo de su alma con tan solo una mirada de reproche y un comentario cínico? Se sentía culpable, pero no sabía por qué. ¿No tenía todo el derecho del mundo a besar a quien quisiera? De repente, recordó las palabras que le había dicho aquella noche, junto a la piscina: «Cómo elija a mi esposa no es tu problema». ¡No era su problema! ¡No podía haber dejado más claros sus sentimientos!


—No he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme —susurró, con rabia—. Tú dejaste bien claro que ya no quieres casarte conmigo.


Lo triste era que ella sí deseaba que lo hiciera. 



Pedro comenzaba a perder entusiasmo por la visita de sus viejos amigos. Había llegado la hora de la cena del cuarto día de su prolongada estancia, pero, ¿Quién llevaba la cuenta? Entró en el comedor en medio de grandes carcajadas. Nadie lo miraba, de manera que no podía ser él el motivo de tanta diversión. Alejandra, Paula y los tres hombres estaban sentados en un extremo de la mesa, inmersos en animada conversación. Sin ánimos para jugar el papel de anfitrión, estuvo a punto de dar media vuelta, pero su abuelo advirtió su presencia. En realidad, pareció el único en hacerlo.


—¡Hombre, muchacho, empezaba a pensar que no querías cenar! — dijo el anciano.


Pedro forzó una sonrisa.


—Eso estaba pensando —murmuró.


—¿Cómo?


—Nada, nada —dijo, y se acercó a tomar asiento a la cabecera de la mesa—. Siento llegar tarde —se disculpó, haciendo los mayores esfuerzos por mantener un mínimo de educación—. ¿De qué se reían?


Adrián tomó la mano de la mayor de las Chaves.


—Alejandra nos estaba contando una historia muy divertida.


—Adrián es el público perfecto —replicó Alejandra, radiante—, no era tan divertida.


—Eh, gracias, vaquero, eso es auténtica poesía.


Pedro, que no tenía ninguna gana de reír, decidió cambiar de tema.


—Abuelo —dijo, mirando a Enrique—, ¿Qué tal la visita a tu viejo amigo Julio y a su nueva esposa? 

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