miércoles, 4 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 54

¿Qué resultaba tan divertido? ¿Lo absurdo de aquella situación, los extremos a los que habían llegado su madre y el abuelo de Pedro, o el loco plan de este para librarse de ellos? No pudo evitar una sonrisa.


—Todo esto es… es… —dijo, y estalló en un ataque de carcajadas. Acabó retorciéndose en la silla, con dolor de tripa, y limpiándose las lágrimas—. Creo que estoy histérica. Sin duda lo estoy, porque no veo lo divertido de la situación por ninguna parte.


Se aclaró la garganta, tratando de tranquilizarse. Pedro estaba allí, en alguna parte, arrancando trocitos de papel, estropeando el enyesado. Su deber era impedírselo, pero cómo hacerlo, cuando ella tenía el mismo deseo de arrancar el papel, de morder algo, de salir de allí a patadas o a balazos. Poco a poco, fue cambiando de humor y el nerviosismo dió paso a la desorientación y al desamparo. No tardó en echarse a llorar, sin motivo aparente. Y el llanto dió paso a los sollozos. ¿Cómo podía albergar una mezcla tan confusa de sentimientos: Traición, tristeza, furia alegría y rabia? Se odiaba a sí misma y odiaba su falta de autocontrol. Se levantó de la silla, sin saber muy bien qué podría conseguir con ello. Lo único que sabía era que necesitaba moverse. Quizá pudiera, gracias a la actividad física, disminuir su desorientación emocional. Dió un paso y tropezó con una pared humana. Al instante, los brazos de Pedro la rodearon. Resultaban cálidos, amables, poderosos, acogedores. El contacto de su cuerpo tuvo, además, un efecto inesperado. Sentía que si se separaba de él, caería de bruces contra el suelo, debilitada, incapaz de sostenerse en pie.


—Oh, Dios mío… —murmuró él, meciéndola en sus brazos.


No importaba con cuánta energía y resolución se lo propusiera, se dijo Paula, no podía hacer nada por separarse de él. No podía pedirle que la soltara, que la dejara sola. Sollozando todavía, apoyó la cabeza en su hombro, como si fuera incapaz de seguir luchando por recuperar la cordura. Sintió que Pedro la conducía hasta la cama.


—Descansa —susurró él—. Trata de dormir. Llevas mucho tiempo trabajando.


Paula levantó los brazos instintivamente para abrazarlo. Esbozó una sonrisa temblorosa, convencida de que él no podría verla. En realidad, no sabía por qué sonreía, pero por algún extraño motivo, en aquellos momentos se sentía muy próximo a él. Ambos eran víctimas de un misterioso juego planeado por Cupido, aunque resultaba evidente que él se manejaba en aquel juego mucho mejor que ella. Él era tan fuerte, tan estable, olía tan bien…


—Perdona que me porte como una niña —dijo Paula, acariciándole la nuca. Pedro tenía un pelo muy suave. Ella quería permanecer en aquella postura por siempre—. ¿Sabes una cosa, Pedro? A oscuras no eres tan malo –declaró, sin pensar a qué se debía aquella declaración, ni de donde provenía. Quizá de algún lugar al sur de su cerebro, se dijo.


—Gracias – murmuro él.


Hubo una pausa, como si se hubiera producido una pequeña ruptura temporal que quizá solo un movimiento de planetas pudiera reparar. Y, en efecto, quizá fuera un movimiento cósmico el que provocó los siguientes acontecimientos. 

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