viernes, 13 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 63

 —Solo quería… He venido a darme un baño y te he oído… —la palabra «Llorar» parecía demasiado brusca, sobre todo considerando que la había sorprendido en un momento de gran vulnerabilidad.


Paula sollozó de nuevo y miró a su alrededor, como si solo en aquellos momentos se diera cuenta de dónde estaba. O como si buscara un pañuelo, pensó Pedro.


—Toma, suénate —dijo, ofreciéndole el pico de su albornoz.


Paula se limpió. 


—Ayer te mancho de sangre una camisa y ahora te lleno de mocos el albornoz —dijo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Cuándo voy a aprender a llevar un pañuelo?


—Paula, ¿Qué ocurre? —Pedro sabía que jamás podría entender a las mujeres y no le importaba, como a tantos millones de hombres, pero en aquellos momentos deseaba saber las causas de aquel llanto—. ¿Estás enferma?


Paula se irguió, ajustándose la bata, y luego se abrazó las rodillas. Con la mirada perdida, negó con la cabeza.


—No, no estoy enferma, no me pasa nada malo dijo, y volvió a sollozar—. Pero, ya sabes, de vez en cuando la gente necesita llorar.


Era la locura más grande que había oído en toda su vida. Evidentemente, las mujeres eran una especie aparte, se dijo Pedro.


—Yo no —afirmó.


Paula lo miró a los ojos.


—He dicho «La gente».


—¿Y qué crees que soy yo? —preguntó Pedro, molesto y preguntándose qué demonios hacía allí.


—No lo sé, pero tu madre podría haber sido una calculadora y tu padre un bloque de hielo.


—Me está bien empleado —dijo Pedro—. Vengo a interesarme por tí y me criticas.


Paula apartó la mirada y parpadeó varias veces. Pedro supuso que estaba conteniendo las lágrimas.


—Lo siento —dijo ella, aunque la disculpa fue tan débil y lejana que él se preguntó si, además de un largo suspiro, aquellas palabras no eran más que figuraciones suyas.


Paula inclinó la cabeza en su dirección. Tenía una expresión trágica. A pesar de sus esfuerzos, sus ojos derramaron una lágrima, que brillo en mitad de la noche.


—Como tú eres tan aficionado a la crítica —dijo ella—, seguro que no te importa.


El reproche llegó al alma de Pedro, que tardó un minuto en recobrarse. Recordó las palabras de Leonardo: «Supongo que no le gustaba un hombre alto, moreno y despiadado…» Despiadado… Pedro sintió una punzada en el corazón. Tenia que admitir que era cierto. Tenía la reputación de ser un hombre justo, pero despiadado con sus enemigos. Que Paula lo dejara plantado prácticamente en el altar lo había expuesto a la mayor humillación de su vida y él sabía reaccionado de acuerdo a sus códigos: sin piedad. Por desgracia para ella, Paula no era el tipo de enemigo Juro y artero que solía encontrar en el mundo de los negocios. En realidad era todo lo contrario, una mujer sensible y creativa que había perdido a un ser muy querido. Lo había llorado y seguía llorándolo. ¿Y qué había hecho el desde el momento de conocerla? Se había comportado como un tigre herido y vengativo. 

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