lunes, 23 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 1

 -No queremos problemas, Alfonso.


Pedro apartó la mano que el otro hombre había apoyado en la manga de su traje oscuro y lo miró con frialdad.


–¿Problemas? –repitió, clavando la vista en el rostro sudoroso de Lucas, que intentaba sin éxito plantarle cara–. ¿Y qué te hace pensar que he venido a causaros problemas?


–Mira, Alfonso –le respondió el otro hombre, dando un paso atrás–, lo único que quiero decir es que es el entierro de mi padre. Solo te pido respeto.


–Ah, sí, respeto –susurró él–. Me alegro de que me lo recuerdes. Supongo que ese es el motivo por el que hay tantas personas presentes. Tantas personas deseosas de presentarle sus respetos a un gran hombre.


–No es más que un entierro íntimo, familiar –insistió Lucas, evitando su mirada–. Y tu presencia no es bienvenida, Pedro.


–¿No? –inquirió él–. Pues qué pena.


En realidad, Pedro tampoco quería estar allí. No había deseado que aquel hombre muriese tan pronto, había querido vengarse del hombre por el que había fallecido su padre y que había hecho que él fuese a la cárcel por un delito que no había cometido. Cuatro años y medio. Ese era el tiempo que había pasado en una de las cárceles más duras de Atenas, rodeado de lo peor de la sociedad. Había tenido mucho tiempo para pensar en la traición que lo había llevado allí y que, todavía peor, había terminado con la vida de su padre. Cuatro años y medio que lo habían convertido en un hombre duro y frío, lleno de odio. Cuatro años y medio durante los cuales había planeado la venganza. Y todo, para nada. Porque el objeto de su odio, Miguel Chaves, había muerto el mismo día que él había salido de la cárcel.


Pedro observó cómo bajaban el ataúd a la tierra mientras el pope despedía el cuerpo y después pasó la vista por las personas presentes solo para hacer que se sintiesen incómodas. A su lado, Lucas Chaves se movió nervioso. Era hijo del segundo matrimonio de Miguel y Pedro no tenía ningún interés en él. También estaba allí su hermano, Marcos, que lo miraba con el ceño fruncido desde el otro lado de la tumba. Un par de socios de Miguel, su abogado, y una de sus amigas. A un lado, algo apartados, Rafael y Juana, dos fieles empleados de Miguel, que habían trabajado siempre para él. Un grupo extraño de individuos rotos, desechos de la vida de Chaves, reunidos bajo el justiciero sol de mediodía de aquella bella isla griega, para enterrar al hombre que, sin duda, les había arruinado la vida a todos, de un modo u otro. A él no le importaba ninguno. Bueno, sí. Por fin posó la mirada en ella, en la joven con la cabeza ligeramente agachada, con un lirio blanco en la mano. Paula Chaves. Pau. Hija de Miguel y su tercera esposa, la más pequeña, la única hija. Lo único bueno que había hecho en su vida. O eso había pensado Pedro, hasta que ella lo había traicionado también. Saboreó su desazón. La había reconocido inmediatamente, nada más llegar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario