miércoles, 25 de enero de 2023

Venganza: Capítulo 8

Paula lo fulminó con la mirada, pero no se movió. Su orgullo le impidió darle esa satisfacción. Y eso aumentó la admiración que Pedro sentía por ella. Allí sentada, parecía una diosa, con la espalda recta y el pelo cayéndole sobre los hombros. El velo negro, por su parte, había ido a parar al suelo.


–Rafael… Y Juana todavía están en la isla. Siguen viviendo en Villa Melina.


Pedro respondió con la mirada.


–Mira… –añadió ella, cambiando de táctica–. No entiendo por qué haces esto.


–Te encantaba montar en moto, Pau. ¿Ya no te acuerdas? –comentó él–. Siempre me perseguías para que te diese una vuelta.


–Me parece que ambos hemos crecido desde entonces – replicó ella–. O, al menos, yo lo he hecho.


–En eso no te voy a contradecir –dijo Pedro riéndose–. Creo recordar que la última vez que nos vimos realizamos juntos una actividad de adultos.


Ella volvió a ruborizarse, como si el recuerdo de aquello le diese vergüenza.


–Pero es algo que no se va a repetir –le advirtió–. Te lo aseguro. Por mucho que me amenaces.


–No es una amenaza, Paula, sino más bien una promesa.


–Eres un arrogante, Pedro. Mi promesa es esta: Lo que ocurrió entre ambos no se volverá a repetir.


–¿Estás segura?


–Sí.


–En ese caso, no te pasará nada por venir a casa conmigo un par de horas, ¿no? Salvo que no confíes en tí misma.


–En quien no confío es en tí, Pedro.


–Ah, claro, se me había vuelto a olvidar que aquí el malo de la película soy yo.


–¡Por supuesto que sí! –exclamó ella.


Y él tuvo que admitir que sus dotes de actriz habían mejorado con los años.


–En ese caso, permite que te tranquilice. No ocurrirá nada que tú no quieras que ocurra.


No estaba seguro de poder controlarse, pero tuvo que admitir que su plan inicial había sido embaucarla y hacer que se enamorase de él, como había hecho Paula tiempo atrás. La miró y supo que caería rendida a sus pies. Pasó una pierna por encima del asiento de la moto, la arrancó y notó cómo vibraba bajo su cuerpo.


–Si fuese tú, me agarraría –le dijo a Paula por encima del hombro.


Y, dicho aquello, salió hacia la carretera. Paula tuvo que agarrar a Pedro por la cintura mientras se alejaban a toda velocidad del cementerio y tomaban la carretera que bordeaba la costa. Supo que él estaba conduciendo deprisa a propósito, para asustarla, para hacerla gritar, pero ya no era una niña de nueve años y no iba a darle la satisfacción de comportarse como tal. De hecho, en cuanto llegasen a la casa iba a dejarle claro que no iba a permitir que la amedrentase. Clavó la vista en el brillante mar y supo que, de todos modos, no era miedo lo que sentía, sino emoción. Se sentía viva y le encantaba estar de vuelta en Thalassa. Se dió cuenta en ese momento de lo mucho que lo había echado de menos. Cambió ligeramente de postura y notó cómo el cuerpo de Pedro respondía. Sintió el calor de su espalda en el pecho, los músculos de su abdomen contrayéndose. Y le gustó. La isla no era lo único que había echado de menos. Debía tener mucho cuidado.

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