lunes, 2 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 50

 —¿Señorita Chaves?


No hubo respuesta. Avanzó por el pasillo y llamó a la siguiente puerta.


—¿Señorita Chaves?


Silencio. Pedro maldijo en silencio y se acercó a la siguiente puerta, la última de la fachada con vistas al mar.


—¿Señorita Chaves? —llamó casi a gritos, aporreando la puerta.


Comenzaba a perder el control que tanto le había costado reunir.


—¿Sí? —respondió Paula desde el interior—. Espero que sea importante, por su culpa me he hecho un corte en la rodilla.


Pedro giró el picaporte, pero esta se atrancaba y tuvo que empujarla con el hombro. Con un chirrido de las bisagras, pudo entrar. La estancia estaba amueblada con mucha sencillez. Solo tenía una cama, un pequeño vestidor y una silla. Al parecer, había sido un cuarto del servicio, pero hacía años que solo lo visitaba el polvo. Paula estaba arrodillada junto a la pared opuesta a la cama, examinando su rodilla.


—¿Está sangrando? —preguntó Pedro, tímidamente. Ella lo miró con dureza.


—Es lo que pasa cuando te cortas —dijo, remangándose el pantalón.


Pedro se acercó y se arrodilló junto a ella.


—¿Con qué se ha cortado?


Paula señaló una pequeña espátula que estaba en el suelo, junto a un montón de papel pintado arrancado.


—Estaba cortando una muestra —dijo Paula, haciendo una mueca al remangar el pantalón por encima de la herida—. Me ha asustado con esos gritos.


Al ver lo que había conseguido gracias a su mal genio, Pedro se sintió culpable. El corte no era profundo, pero el caso era que ella estaba sangrando.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó.


—Puede marcharse. 


Sin prestar atención al tono petulante de Paula, Pedro se sacó la camisa y acercó uno de los picos a la herida.


—Tome, use esto.


Paula miró la tela con escepticismo, como si estuviera impregnada de veneno.


—Está limpia, si es eso lo que la preocupa. 


Paula lo miró a los ojos.


—No puedo manchar de sangre una camisa de Armani.


—Claro que puede —dijo él, colocando la tela sobre el corte—. No es un corte profundo, bastará con una vendita.


Paula apartó la camisa.


—Ya puede marcharse, ha dejado de sangrar, bueno, casi…


—Mire —dijo él. Su exasperación ganaba terreno a su educación—, solo he subido a darle un recado —dijo, colocando de nuevo la camisa sobre la herida.


—Pues démelo —dijo ella.


Tras nuevos intercambios de réplicas tajantes, Pedro retiró la camisa, alegrándose de ver que la herida ya no sangraba. A pesar de ello, seguía sintiéndose culpable y respiró profundamente, tratando de recobrar la paciencia. 

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