viernes, 13 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 61

Suspirando, se sentó en el borde de la cama. Aquel día solo había terminado la mitad del trabajo que había planeado para la jornada, debido, sobre todo, a las continuas interrupciones por parte de Leonardo. No quería ser grosera, pues era evidente que el muchacho tenía buenas atenciones. Se comportaba como un auténtico caballero, ayudándola con la cámara, con las telas, con la escalera… Y hacía todos los trabajos pesados, pero no paraba de hablar. Porque en el fondo, lo único que quería era atablar conversación con ella, y ayudarla solo era un medio para conseguirlo. Resultaba extraño, pues cualquier mujer se habría sentido halagada ante las atenciones del apuesto Leonardo Webley, pero ella, al parecer, era la excepción. En realidad, las atenciones de Leonardo no le complacían, más bien al contrario, pues demostraban que Pedro, su amigo del alma, le había dado carta blanca con respecto a ella. Ante las claras intenciones del cowboy había reaccionado con la misma indiferencia que ante un par de zapatos viejos. Lo que ella no comprendía era por qué tal actitud le dolía tanto. ¿No había comprobado ya que Pedro no sentía nada por ella, excepto un irracional deseo de venganza? Además, para él, con toda probabilidad, resultaba divertido que Leonardo la estuviera entreteniendo en su trabajo. Cuantas más molestias causaran las expediciones de conquista de Leonardo, tanto mejor para Pedro, cuya venganza sería más dulce. De repente, Paula sintió una gran indefensión y se cubrió el rostro con las manos. 


—Oh, abuelo, abuelo —murmuró. Tenía el rostro bañado en lágrimas—. He sido una tonta al rechazar el matrimonio que Enrique y tú tanto querían —se echó sobre un costado y enterró el rostro en la almohada—. Tenías razón, Pedro podría haber sido… —se interrumpió.


¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Es que podía arrepentirse de no haberse casado con aquel hombre? Imposible, cuando a él le importaba tan poco que había dejado vía libre para que la conquistara un amigo. Estaba loca, ¿Cómo podía llorar? En vez de llorar, tendría que estar dando saltos de alegría. Pero, si eso era cierto, ¿por qué no podía alegrarse? Trató de sofocar sus sollozos, mientras golpeaba furiosamente el colchón.


—No, Paula —dijo—, no vas a pensar más en él. No merece tu afecto, es frío y despreciable.


Oh, hasta qué punto lo era. ¿Acaso no había demostrado ternura únicamente la noche anterior? Sí, solo la noche anterior… La noche anterior…


—¡Cállate, Paula, cállate! Estás cansada y se te ocurren muchas tonterías.


Paula se despertó con un sobresalto. Sumida en la oscuridad, no podría decir si había dormido cinco horas o cinco minutos. Buscó a tientas el reloj de pulsera que había dejado sobre la mesilla. La esfera luminosa marcaba las once y media. Profirió un gruñido, echándose de nuevo hacia atrás. Había mirado el reloj por última vez a las once y diez. Se tapó los ojos con el brazo, maldiciéndose por no ser capaz de concederse una sola hora de paz. Incluso sus sueños la perseguían. Esa vez había sido el abuelo Roberto quien la había regañado. Se había acercado a ella y amablemente le había preguntado por qué lo estaba privando de su primer nieto «… El pequeño Baltazar Roberto Alfonso Chaves, un hermoso niño que, unida la sangre de nuestras dos familias, habría dado al mundo un líder grande y bueno… » Se apoyó sobre un codo. ¿Qué sentido tenía dormir cuando ni siquiera durmiendo se libraba de sus pesadillas? Apartó las sábanas y se puso la bata, que había dejado a los pies de la cama. A continuación, se calzó las zapatillas y salió de la habitación. Quería salir a tomar un poco el aire. Necesitaba aclarar su mente y su corazón, y olvidar el lamento del abuelo Roberto, la insistente atención de Leonardo, la fría indiferencia de Pedro. 

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