miércoles, 18 de enero de 2023

Serás Mía: Capítulo 74

Paula bajó las escaleras en medio de un gran estupor. Pedro se había ido. Se acercó a la puerta y salió. La mañana le pareció anormalmente fría, gris, deprimente. Bajó un escalón y se sentó en la escalinata, contemplando la densa niebla. Él se había ido.


—Nunca volverá —dijo a la niebla, abrazándose para protegerse del frío. Aunque su frío era sobre todo interno. 


Se sentía vacía y enferma, como si le hubieran arrancado el corazón. Se le helaron las venas. Estaba, de repente, consumida por la pena. Pedro había salido de su vida sin siquiera despedirse. Sola y abandonada, se quedó mirando hacia la nada, tratando de definir por qué sentía una tristeza tan profunda. En el último mes, había rechazado dos proposiciones de matrimonio de dos hombres magníficos, pero, curiosamente, era ella quien se sentía abandonada. Porque Pedro se había ido. Se llevó las manos a la cabeza, agarrándose los cabellos, y miró hacia el cielo.


—No te enamores de él, Paula —susurró—. No seas tonta.



Finalizó su trabajo en menos de una semana. Cuando volvió a Kansas con su madre, su corazón parecía una ruina. A lo largo de los meses siguientes, mientras duraron las obras de restauración, hizo varios viajes a la mansión de Pedro. Amaba aquel lugar y siempre que volvía, se sentía más y más enamorada, a medida que la belleza de la casa iba saliendo a la luz. No vió a Pedro, pero le agradecía constantemente haberle brindado la oportunidad de restaurar un edificio tan hermoso. Architectural Digest envió a un fotógrafo y a un redactor para hacer un reportaje que lanzaría su carrera. A partir de aquel momento, el cielo sería su único límite. Pero nada podría llenar el inmenso vacío de su corazón. Sentía, eso sí, alegría por el matrimonio de su madre con Adrián. Había aceptado, después de algunos esfuerzos, al nuevo huésped en el corazón de su madre, y solo deseaba lo mejor para ella. Landon era una buena persona, tan buena como su padre, o, al menos, eso decía Alejandra.  Paula no había sabido nunca que su padre tenía mal carácter y que era un derrochador hasta hacía muy poco. Alejandra había evitado que supiera muchas cosas, por ejemplo, que a la muerte de su padre, estaban completamente endeudadas. Según su madre, Adrián no tenía ninguno de los defectos de su padre. No era perfecto, desde luego, pero era amable y cariñoso, y hacía feliz a Alejandra. Daba gracias por que su madre hubiera recuperado el amor.


En octubre, durante su último viaje a la mansión, se asomó por casualidad a una ventana y vio que Enrique se acercaba atravesando los campos. Experimentó una repentina oleada de alegría y corrió al exterior. «Ojalá», se dijo, «Ojalá venga Pedro con él».


—¡Enrique! —llamó, atravesando los jardines. 


Echaba tanto de menos a Pedro. Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero no conseguía olvidarlo. Lo amaba, amaba al hombre al que había dejado plantado en el altar. Lo amaba desesperadamente. Pedro, por fin, había conseguido su objetivo, su compensación, porque ella sufría día y noche.


—¡Eh, hola! —dijo Enrique, saludándola con la mano.


Paula tenía la impresión de que el corazón iba a saltarle del pecho. ¿Estaba Pedro cerca? ¿Podía verla? Estaba tan excitada que había salido corriendo sin mirarse al espejo para comprobar cómo tenía el pelo o retocar el lápiz de labios.


—Cuánto me alegro de verte, Enrique —dijo, sonriendo de oreja a oreja. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que quería a aquel anciano, a pesar de que cuando habían estado juntos se había pasado el rato amonestándola—. Tienes muy buen aspecto.


Enrique se echó a reír.


—Estás tan guapa como siempre, querida niña —dijo él, y señaló hacia la mansión—. He de decir que has hecho un gran trabajo. Esa casa es la perfección en arquitectura. Tu madre debe estar orgullosa de tí.


Paula se ruborizó.


—Sí, estoy contenta con el resultado.


—Hablando de tu madre, ¿Cómo está?


Enrique había estado en la boda, a la que Pedro no había querido ir. Pero este último había invitado a Adrián y a su esposa a su piso cuando volvieron de la luna de miel, que habían pasado en Grecia. Y, en efecto, la pareja había visitado a Pedro. A su regreso a Kansas, Alejandra no había dicho nada sobre él, excepto que se encontraba bien. Era evidente que para su madre, como probablemente para los demás, lo sucedido entre Pedro y ella era parte del pasado. 

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