lunes, 29 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 48

Se puso la de lana y se tumbó sobre la paja con la intención de dormir. La paja le picaba, los gatitos, muy espabilados por la noche, le rodearon y se le subieron encima. Tenía frío a pesar de la chaqueta. Se envolvió las piernas con la otra chaqueta y se cubrió con la paja. Pedro había pensado siempre que el infierno sería ardiente, pero estaba completamente seguro de que él estaba en el infierno y que tenía frío. Consiguió dar algunas cabezadas. Sus sueños estuvieron salpicados de pensamientos inquietantes y de imágenes perturbadoras, muchas de las cuales tenían que ver con la carnosidad del labio inferior de Paula Chaves. Nadie podía haber sido tan feliz como él al ver los rayos del amanecer que se colaban entre las tablas del pajar. La evitaría esa mañana. Seguro que los muchachos no le negarían un desayuno. Oyó risas al llegar al barracón, entre otras la de ella. ¿Qué debía hacer? Tenían que trabajar juntos. No podía evitarla toda la vida. Abrió la puerta del barracón y las risas cesaron de repente. Tenía clavados los ojos de todos y ninguno le daba la bienvenida.

—Buenos días —dijo.

El perro estaba debajo de la mesa y hasta él lo ignoró.

—Buenos días, Pedro.

La respuesta vino de ella y lo hizo con un tono enérgico y profesional. Llevaba unos pantalones caqui muy poco favorecedores y algo que parecía una chaqueta de aviador. Tenía ojeras y parecía como si hubiera llorado. Lo cual explicaba que los muchachos lo miraran con ojos asesinos.

—Gabriel, Alberto y Javier estaban echando una ojeada a mis storyboards —le dijo Paula antes de que todos volvieran a inclinarse sobre la mesa como generales que planeaban un ataque y que no podían atenderle.

Pedro se guardó el comentario de que esos tipos no sabrían distinguir un storyboard de una bolsa de Gucci, pero allí todos parecían saber lo que era un storyboard.

—Estábamos hablando de las fotos del verano y han tenido una idea de lo más sugerente —dijo ella con dulzura.

¿Eran sonrisas cómplices lo que veía en las caras de esos hombres? ¿Se intercambiaban miradas maliciosas? Estaba claro que sí.

—Dicen que hay una poza en la finca con un columpio hecho con un neumático. ¿No te parece que sería una foto sensacional para julio?

—Sensacional, salvo por el hecho de que se descongeló hace una semana y el agua estará fría de... Javier lo miró con ojos de advertencia. ¡Vamos! ¡Si había estado en zonas de guerra!

Sin embargo, no acabó la frase.

—No hace falta que te metas en el agua —explicó ella con un exagerado tono de paciencia—. Solo tienes que fingir que vas a hacerlo. Columpiarte un poco en el neumático.

—Parece muy divertido —dijo Pedro sin un ápice de sinceridad y clavando la mirada en los conspiradores—. Gracias muchachos.

—De nada —dijo alegremente Javier—. Nosotros iremos a verlo.

¿Qué era eso? ¿Una revolución en toda regla? ¿Ya nadie trabajaba en ese rancho? ¿Nadie iba a preguntarle lo que iban a hacer ese día? Al parecer no. Todos estudiaban detenidamente el storyboard.

—¿Sabes? Para la foto de otoño —dijo Alberto—, podíamos preparar una escena con ganado. Fuego para marcar las reses, lanzarles el lazo. Yo podía estar de fondo en el carromato. Para que sea más auténtico.

—¿De verdad?

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