lunes, 8 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 3

—Verás, Pedro —Luciana empezó a hablar muy rápidamente al darse cuenta de que su hermano estaba perdiendo la paciencia—. La Fundación contra el cáncer de mama ha contratado a Francisco Cringle para que se ocupe de la próxima campaña de recaudación de fondos.

Cáncer de mama. Odiaba esa enfermedad, era la enfermedad que había segado la vida de su madre y había dejado a una familia desamparada, como supervivientes de un naufragio, solo que ese naufragio duraría toda la vida.

—Perfecto —no permitió que los recuerdos se notaran en la voz—. ¿Y bien?

—Te acuerdas de mi amiga Paula, ¿Verdad?

—¿Cómo iba a olvidarme?

Paula Chaves era una chica que su hermana había conocido en la universidad y que había pasado una semana en el rancho hacía... tres o cuatro años. Lo normal era que no fuese capaz de distinguir a las amigas de su hermana Luciana, pero Paula era lo más parecido a una jirafa que había visto jamás. Medía alrededor del metro ochenta, casi todo de piernas y cuello, y estaba cubierta de pecas que entonaban con un pelo indomable. Los ojos eran marrones y con aire preocupado y parecían enormes por unas gafas de cristales muy gruesos. La sonrisa nerviosa y huidiza mostraba unos dientes completamente torcidos. Si bien era irrelevante en el aspecto físico, aunque él tampoco prestaba mucha atención a las amigas de Luciana, Paula se había hecho inolvidable por otros motivos. Allá donde ella fuera, la seguía el desastre. Había roto casi todo lo que había tocado, había secado el pozo al dejar un grifo abierto y los terneros se escaparon porque ella no cerró bien el pestillo. Consiguieron pasar la semana sin que produjera una estampida ni quemara el granero, pero volvió a su casa con un brazo escayolado. Él debería haber estado encantado de que ella desapareciera, pero todavía se le dibujaba una sonrisa al acordarse de Paula. Había conseguido que él se riera y tardó en acostumbrarse a su ausencia.

—Doña Desastres —recordó Pedro—. Creía que me habías dicho que estaba en Europa.

Luciana miró a su hermano como si este no escuchara nada de lo que ella decía.

—Volvió hace meses. Ella hizo la fotografía que ganó el concurso.

—¿Yo qué tengo que ver con todo esto? —empezaba a tener la sensación de que cada vez se alejaban más del asunto principal.

—A eso voy —dijo ella con un tono de reproche por su impaciencia—. La idea es hacer un calendario para recaudar fondos. Ya sabes, todo el mundo lo hace. Los bomberos, la policía...

—No sé nada, no tengo la menor idea de lo que estás hablando.

Ella parecía realmente enojada con él, como cuando de jóvenes ella hablaba de una película, una canción o alguien famoso de quien él no sabía nada. Ella ponía los ojos en blanco y le reprochaba su ignorancia y la vida de recluso que llevaba. Esa vez se limitó a darle un calendario. Él lo ojeó sin mucho interés y nervioso por estar mirando fotos cuando debería estar ocupándose de sus vacas. Eran fotos sin interés de tipos con el torso desnudo, con tirantes y con pantalones de bomberos. Parecían cohibidos, lo cual no le extrañó, y posaban en distintas posturas que resaltaban los músculos. Algunos tenían manchas de hollín artísticamente puestas por las mejillas o el pecho.

—¿La gente compra esto? —dijo con incredulidad.

Se acordó del calendario que él tenía junto a la nevera. Cada mes mostraba un magnífico ejemplar de distintas razas de vacas. El almacén de piensos se lo regalaba todos los años en diciembre. La compañía de seguros también regalaba calendarios. Pedro no podía entender que alguien los comprara.

—Las mujeres los compran —dijo su hermana.

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