lunes, 22 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 32

Se dijo con toda firmeza que tenía que deshacerse de ella. Si para conseguirlo tenía que ponerse unos vaqueros agujereados, pagaría ese precio. Se puso los vaqueros y los calzoncillos blancos. ¿Qué podía importarle si la gente quería verle los calzoncillos? Era un mundo muy extraño el que había ahí fuera. Por eso vivía allí, en un trozo de tierra tranquilo y lejos del mundanal ruido. No era pura casualidad que él controlara hasta el más mínimo detalle de sus propiedades. Sin embargo, todavía era lo suficientemente vaquero como para someterse completamente a ella y se peinó en un acto de rebeldía que le pareció lamentable. No quería impresionarla con sus buenas costumbres, solo quería que ella supiera quién mandaba. Entró en la sala.  Aunque fuera él quien mandaba, se aseguró bien de que se ponía de espaldas a la pared. Ella estaba sentada en el suelo con las piernas dobladas y la cabeza del perro en el regazo. Paula le acariciaba con delicadeza y Apolo suspiraba de satisfacción. Pedro se preguntó cómo sería sentir esos dedos sobre su frente. Cómo sería volver de una jornada agotadora en el campo y reposar la cabeza sobre el regazo de ella y mirarla a los ojos. Seguramente, un hombre podía confiar sus penas a una mujer que podía tratar así a un perro. ¡Ni hablar! ¡Jamás!

—¿Sería esperar demasiado que el perro no sobreviviera? —preguntó él.

Tuvo el efecto deseado. Ella acunó protectoramente la cabeza de Apolo y le lanzó una mirada asesina.

—Los animales no me producen lástima —dijo él como si quisiera terminar de cavar su propia tumba.

Eso sí que era mandar. No había más que ver el brillo de furia en los ojos de ella.

—¿Te ha contado Luciana que soy cazador? Los ciervos les quitan el pasto a las vacas. Bambi está en mi lista.

Ella le dejó claro con la mirada que los asesinos de Bambi estaban a salvo de su afecto.

—El veterinario ha dicho que Apolo se pondrá bien, pero que tenemos que vigilarlo. Quizá deberíamos provocarle el vómito.

—¿Nosotros? Yo no voy a hacerlo.

—Yo lo haré si es necesario.

A él no le gustaba que ella estuviera realmente preocupada por esa bestia inmunda. No le gustaba el rastro que dejaba la preocupación en su cara. Paula estaba tan concentrada en el perro que no se había dado cuenta de que él la había desafiado al peinarse.

—Ese perro podría comerse las ruedas del tractor sin que le pasara nada — dijo él con cierta condescendencia.

Sin embargo, el perro aspiraba aire como si fuera a vomitar en cualquier momento. Tuvo la mala idea de pensar que si se encontraba cubierta por el contenido del estómago del perro, quizá eso le restara algo de compasión, pero tampoco quería comprobarlo a costa del suelo de su sala.

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