lunes, 1 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 51

Paula estaba agotada, en todos los sentidos, y no podía aprovecharse de eso. Además, no era la clase de mujer a la que él estaba acostumbrado, mujeres sofisticadas que no querían saber nada de relaciones. Igual que él. ¿Cuándo daba uno un paso más con una mujer como Paula Chaves? Debía pensar bien las cosas, empezando por lo más importante: era una de esas mujeres que buscaban un final feliz. La clase de mujer por la que esperabas al final del pasillo de una iglesia para jurarle amor eterno. La clase de mujer que soñaba con una casa, una familia y unos niños correteando. Y, si no estabas dispuesto a eso, no la merecías. Además, era la hermana de Gonzalo. Habría un sitio especial en el infierno para el hombre que se aprovechase de una mujer así.

Pedro se quedó frente al cristal unos minutos más, hasta que oyó el crujido de la cama. ¿Qué se habría puesto para dormir? ¿Nada? ¿Una de sus viejas camisas, que colgaba en el armario? Ya se habían acercado demasiado a la zona de peligro esa noche y, además, tenía que hacer algo que no lo convertiría en una de las personas favoritas de Paula cuando lo descubriera. Sin hacer ruido, se dirigió al baño que Tomás y Paula habían usado unos minutos antes y miró los dos cepillos de dientes sobre la encimera, uno al lado del otro. Perfecto. Mejor que la idea de la lata porque para que esa idea funcionase tendría que haberle pedido una muestra de saliva a un miembro de la familia de Gonzalo, a Paula. Y dudaba que ella, de conocer sus intenciones, hubiese querido ayudarlo. Ya le había dicho que quería que Sabrina y no la ciencia le dijese la verdad. ¿Aceptaría lo que dijera Sabrina sin verificarlo? Esperaba que no fuera así. No, no podía ser tan ingenua. Pero entonces recordó el primer día, en el parque, cuando llegó Diego con sus peones... y la decisión de Paula de creer en los milagros. No, no pensaba arriesgarse. No iba a dejárselo a ella. Iba a protegerla de sí misma. Y las oportunidades como aquella no aparecían todos los días.

Dos cepillos de dientes, los dos con el código genético que demostraría o no si esas dos personas estaban emparentadas. Pedro tomó los cepillos por el mango y, con cuidado para no tocar las cerdas, los llevó a la cocina y los guardó en dos bolsas de plástico. Era un soldado con una misión que no le gustaba, pero que no tenía más remedio que cumplir con su obligación. Aun así, sentía que estaba engañándola y sabía que Paula no lo aprobaría, aunque de ese modo llegasen antes a la verdad. Y a juzgar por el estado de Sabrina, era posible que necesitasen saber la verdad antes de lo que esperaban. Pedro buscó su móvil en el bolsillo y, al recordar que se lo había dado al niño, fue al salón para usar el teléfono fijo. Si Valeria estaba durmiendo, nada en su tono lo indicaba.

–Necesito dos cosas –le dijo–. Y las necesito lo antes posible. La primera, una prueba de ADN. Tengo aquí las muestras, pero necesito un detective privado para descubrir todo lo que pueda sobre una mujer llamada Sabrina Chambers –Pedro le dió la fecha de nacimiento y la información que Tomás les había dado.

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