miércoles, 10 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 8

Pedro Alfonso era el hombre más guapo sobre la faz de la tierra y que estuviera furioso no le restaba ni un ápice de belleza. Quizá, incluso, aumentaba el aire rudo, la perfección masculina de los rasgos curtidos por el sol y el viento. Paula Chaves Morales sabía que estaba furioso desde antes de que él hablara. El ambiente echaba chispas a su alrededor.

—Esperaba a un hombre —dijo él con un destello de impaciencia en los oscuros ojos.

Él miró a un trozo de papel que tenía en la mano y ella pudo vislumbrar unas palabras escritas con trazos nerviosos.

—Pablo Morales—dijo él.

—Paula Morales—corrigió ella—. Esa soy yo.

Él no la había reconocido y ella no sabía si eso le complacía o le dolía. Las cosas habían cambiado mucho en cuatro años. Se derretía lentamente, por fuera y por dentro, como lo había hecho la primera vez que vio al hermano de su mejor amiga. Entonces, ella tenía veintidós años. Los dos de pie en ese mismo camino, la pequeña casa blanca de madera detrás de ellos y un granero detrás de la casa; las colinas que llevaban hacia las Montañas Rocosaalos envolvían hasta el infinito, y toda esa majestuosidad que se desvaneció cuando la mirada de él se encontró con la suya. Una mirada oscura y llena de misterio. Durante años, ella había intentado convencerse de que se había quedado sin aliento por otros motivos. La inmensidad del espacio abierto. Lo romántico del rancho. La fragancia del aire. Pero en ese momento ya no estaba tan segura.

—Me cuesta creer que una mujer como usted se llame Paula —soltó él.

—Como yo... —dijo ella—. ¿Qué quiere decir?

A ella le costaba más creer que una mujer completamente racional como su madre hubiera mirado a una recién nacida y hubiera visto una Paula. Era un nombre que odiaba y del que llevaba años intentando deshacerse.

—Como usted —dijo él malhumorado—. Refinada, guapa...

Refinada. Eso quería decir que habían merecido la pena todas las horas que había pasado eligiendo la ropa adecuada. Quería decir que el nuevo corte de pelo había conseguido, por el momento, dominar los rizos alocados. Quería decir que el nuevo color de pelo, cobrizo, en lugar de rojo mate, era tan sofisticado como ella esperaba. Quería decir que quizá no fuera tan ridículo querer entonar el color del pintalabios con el del esmalte de uñas. Guapa. La había llamado guapa. Para una chica que había crecido considerándose normal en el mejor de los casos y feúcha en el peor, esas eran palabras que nunca se cansaría de escuchar. Sin embargo, antes de que pudiera deleitarse plenamente con ellas, comprendió que no había dicho guapa como si fuera algo bueno.

—... una desgracia absoluta en un rancho —estaba diciendo él—. ¿Va a montar a caballo con falda o pretende con ello que me inspire para que me saque la foto?

¿Había sido siempre tan arisco? Luciana decía que estaba siempre de mal humor, pero eso no era lo que ella había visto durante la semana que pasó allí hacía cuatro años. Ella había visto a un joven que se había hecho cargo de una responsabilidad enorme y que había hecho frente a la posibilidad de no estar preparado para actuar como el padre de nadie. Ella había notado que él utilizaba la rigidez como una pantalla para que su hermana no viera que podía conseguir todo lo que quisiera de él porque la adoraba.

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