miércoles, 3 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 56

–Muy bien, hágame las pruebas –le dijo a la enfermera–. Pero yo no voy a pagar por ellas.

Tomás se sentó en la cama.

–¿A que no sabes lo que he hecho hoy, mamá?

–¿Qué has hecho, renacuajo?

–¡He conducido un coche de carreras!

Sabrina sonrió, pero Paula se daba cuenta de que estaba agotada y que su felicidad por la visita de Tomás estaba mezclada con algo más.

–Lo has pasado bien, ¿eh?

–¡Mejor que nunca! –exclamó el niño–. Pero te he echado de menos –añadió enseguida.

–Bueno, yo voy a tener que quedarme aquí unos días, pero no quiero que te preocupes. Soy tan dura como una mamá osa y mucho más difícil de matar.

–No tienes que preocuparte. Diego se ha llevado a los ponis a su rancho porque tiene mucha hierba.

–Duego, ¿Eh? –de nuevo, Paula vió esa expresión preocupada que no podía entender del todo–. Pues entonces diviértete, cariño. Yo me pondré bien en un par de días. Disfruta de tu tía.

–¿Mi tía? –repitió Tomás.

–La señora que está a tu lado es la hermana de tu padre.

Tomás se volvió para mirar a Paula con su típico gesto de desagrado. O tal vez no era desagrado, sino miedo. Pero ¿por qué iba a tener miedo de ella? ¿Por qué iba a tener miedo de su tía? Miró a Pedro para ver cómo se había tomado la noticia y, como suponía, vio que echaba humo por las orejas. Pero, sin decir nada, se dió la vuelta y salió de la habitación.

–Tenemos que irnos, mamá –dijo Tomás–. Vamos a comer perritos calientes hasta que me harte... pero me quedaré aquí si quieres.

–No, no. Ve a pasarlo bien.

El niño la miró con expresión culpable.

–¿Quieres que te traiga un perrito caliente?

Sabrina hizo una mueca.

–No, pero mañana, si te acuerdas, tráeme un helado de esos con caramelo que me gustan tanto.

Estaba claro que no quería comer nada, le había encargado esa tarea al niño para aliviar su sentimiento de culpa. Y había funcionado.

–¡Pedro, espera! –lo llamó Tomás, mientras salía corriendo de la habitación.

Paula se sentó en la cama, mirando a Sabrina a los ojos.

–¿Tomás es hijo de Gonzalo?

Ella apartó la mirada.

–Sí.

–Pero ¿Por qué me lo cuentas ahora? ¿Por qué has esperado tanto?

–¿Por qué no? –respondió Sabrina, con tono enfadado.

–¿Y por qué no se lo contaste a Gonzalo?

–¿Te parezco el tipo de persona con la que tu hermano hubiese querido tener un hijo? De haber sabido que era suyo, seguramente habría querido quitarme la custodia –hablaba con tono airado, pero había lágrimas en sus ojos–. Vete, Paula.

Cuando no se movió, Sabrina cerró los ojos.

–Por favor.

Paula salió de la habitación sin decir una palabra más sabiendo que, aunque estaba preocupada, su corazón latía de esperanza. De cariño. Tomás era el hijo de Gonzalo y era como si una luz hubiera vuelto a encenderse en el mundo. Fue saltando por el pasillo para buscar a su sobrino y a Pedro. Y cuando él la miró con el ceño fruncido le dio igual.

–Esto es algo que hay que celebrar.

–No estés tan segura, Paula.

–No me estropees el día con tu cinismo –le advirtió ella.

Pedro respiró profundamente, como intentando contener su impaciencia, pero luego sonrió; una sonrisa que Paula ya era capaz de reconocer como la que escondía sus verdaderos sentimientos.

–Pauli, eso es lo que yo hago: amargarles el día a las chicas como tú.

–Ya no soy una cría y no creo que tengas poder sobre la luz y la oscuridad.

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