viernes, 12 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 11

Tenía el pelo oscuro, como el cielo de verano a medianoche antes de una tormenta. Lo tenía corto y un poco levantado sobre la frente. El rostro era perfecto y ella lo sabía porque había fotografiado los rostros de algunos de los hombres más perfectos del mundo. Al menos, de hombres que se consideraban como los más perfectos del mundo en cuanto a su aspecto externo.

Lo miró a la cara e intentó analizar su atractivo. Tenía rasgos duros, sobre todo la línea que formaba la mandíbula. La barbilla era cuadrada y la hendidura era tan leve que apenas se notaba, pero un buen fotógrafo debía resaltarla. Tenía los pómulos altos y las mejillas hundidas. Los labios eran carnosos y fumes y estaban enmarcados por unas arrugas rectas que denotaban austeridad y cierta tristeza. La nariz era poderosa y recta. Una ligera cicatriz en el puente le daba un toque de rudeza viril. Sin embargo, la diferencia la marcaban los ojos. Ellos hacían que fuera algo más que un hombre guapo. Tenían forma almendrada y unas pestañas muy tupidas. El color era de chocolate derretido, pero lo que los distinguía era la mirada. Resuelta. Fija. Tranquila. Fuerte. Profunda. Misteriosa. No era cautelosa, pero si algo distante. Los ojos lo decían todo de él: que era un hombre que podía avanzar solo; que conocía su fuerza y confiaba en ella sin asomo de duda. Quizá fuera saber demasiado por la mirada de un hombre. Claro que ella tenía bastante más que eso. Tenía una semana con él grabada en la memoria y unas fotografías gastadas ya de tanto verlas. El recuerdo de cómo cambiaba esa mirada cuando la risa los iluminaba desde el interior.

El perro notó algún movimiento y sacudió la cabeza. Las babas volaron por todos lados al hacerlo. Paula se apartó para evitar que le manchara el traje. Era un traje muy bonito. De seda gris y muy profesional, aunque lo suficientemente ceñido como para ser femenino. De acuerdo, la falda era un poco corta y podía haberse abrochado un botón más de la camisa. Era verdad que lo adecuado habría sido presentarse con pantalones, pero...

El perro ladró. Ella no estaba preparada para resistir la fuerza del animal cuando se levantó de un salto y cargó hacia una vaca y su ternero que habían aparecido en el prado junto al camino. Notó que la correa le quemaba la mano, pero consiguió agarrarla con todas sus fuerzas. Después de la anterior visita al rancho, Luciana le había dicho entre risas que Pedro estaba asombrado de que no hubiera provocado una estampida. No iba a permitir que ese perro estúpido la provocara a los pocos minutos de llegar; justo cuando todo iba a ser tan diferente. El perro siguió el ataque entre ladridos y ella perdió el equilibrio y cayó de bruces. El animal la arrastró hasta machacarle las rodillas y la cara, por no decir nada del maravilloso traje de seda gris. Pedro agarró la correa y tiró de ella con fuerza. El perro se detuvo al instante y lo miró con arrepentimiento.

—¿Se ha hecho daño? —preguntó Pedro con más irritación que compasión.

La había agarrado del codo para levantarla.

—Estoy bien —contestó ella mientras se soltaba el brazo y miraba su traje destrozado.

—Se ha herido.

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