miércoles, 17 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 24

Pedro estaba recogiendo trozos de cristal con la escoba cuando ella entró en la cocina. El suelo estaba lleno de leche y había pepinillos por todos lados. Un trozo de queso, todavía envuelto en plástico, estaba medio devorado. Apolo estaba tumbado en el quicio de la puerta con los ojos tristes y la cabeza sobre las patas.

—Vuelve a la cama —dijo lacónicamente Pedro—. Siento haberte despertado.

Ya. Y que él se escapara a México...

—¿Qué ha pasado?

—Me dió pena anoche y lo llevé a mi dormitorio. ¿Sabes qué? También sabe abrir las puertas de los dormitorios. Al parecer ha salido para tomar un tentempié.

Ella notó que no podía evitar que se le dibujara una leve sonrisa.

—Y no tiene gracia —remató él.

Se le escapó una pequeña carcajada.

—Vamos, Pedro, sí tiene algo de gracia. Reconócelo.

Ella se agachó y empezó a recoger trozos de comida que flotaban en la leche.

—Pensé que querrías dormir después de haber estado despierta hasta tan tarde.

—¿Hasta tan tarde?

—Es una casa vieja. Las paredes son finas como un papel. Pude oírte dando vueltas en la cama hasta las tres.

—Lo que quiere decir que tú también has estado despierto.

—¿Cómo iba a dormir con todo ese jaleo? —dijo a la defensiva mientras se daba la vuelta para vaciar el recogedor lleno de cristales.

—Pero estabas dormido mientras el perro saqueaba la nevera —puntualizó ella.

—Es otro jaleo distinto. Además, a esas alturas estaba agotado. Tú tampoco lo oíste.

Ella notó un escalofrío. Él estaba iluminado por la luz tenue y pálida que entraba por la ventana. Llevaba unos vaqueros desgastados hasta ser casi blancos y deshilachados por debajo de los bolsillos traseros y una camiseta azul marino que no se había metido por dentro de los pantalones. Las dos prendas eran viejas y suaves y se adaptaban a las líneas de su cuerpo. Los vaqueros se ceñían a las piernas interminables y a la tersa curva del trasero, y la camiseta lo hacía a la ancha espalda y hombros.  Iba descalzo y a ella le llamó la atención absurdamente la intimidad de estar con él descalzo en la cocina. Era verdad que olía a pepinillos en vinagre y no a café y que él se podía cortar con un cristal roto, pero era un momento delicioso. Le habría gustado tener la cámara. Él dejó el recogedor a un lado y agarró una bayeta del fregadero. Empezó a fregar el suelo.

—No me quedé despierto solo por tu culpa. El perro ronca, gruñe, resopla, gimotea, cambia de posición. Hace de todo para que yo piense que está dormido y poder saquear la nevera. Apolo eres un perro malo.

El perro suspiró profundamente. Tyler escurrió la bayeta en el fregadero y empezó a poner café en la cafetera.

—¿Te gusta el café fuerte?

Paula pensó que le gustaban los hombres fuertes y el café flojo.

—Me gustará como lo hagas —dijo ella con la voz entrecortada como la de una adolescente ante el Adonis de turno.

—Sobre el beso... —dijo él tras tomar aire y afrontando el verdadero motivo por el que los dos habían estado dando vueltas en la cama hasta las tres y media.

Ella miró las anchas espaldas de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario