miércoles, 17 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 21

Ni siquiera lo miraba. Tenía la cámara enfocada en un ternero recién nacido y luego en las sombras humeantes de las montañas que empezaban a cambiar de color con la luz. Miró durante más tiempo del aconsejable. Lo suficiente como para ver que estaba maravillada, que aspiraba profundamente el aire puro y lo expulsaba con deleite. La miró durante el tiempo suficiente como para darse cuenta de que una semana podría pasar a ser la unidad de tiempo más larga que había conocido.

Tres días después, Pedro supo que nunca había tenido un pensamiento más acertado. Ella era hermosa, pero lo que hacía que fuera imposible mantener la calma era su sensación de admiración. Ella disfrutaba como una chiquilla por cosas que él daba por sentadas. Además, tenía sentido del humor. Hacía que él se riera, aunque intentara disimularlo. Era enérgica e ingeniosa y cuanto más le gustaba, más intentaba él fingir lo contrario. Era la tercera noche que pasaba bajo el mismo techo que ella. Estaba en la cama y escuchaba los sonidos que hacía ella al otro lado de la pared. Comprendió que se habían acabado los días de quedarse dormido nada más meterse en la cama. Intentaba culpar al perro que estaba atado fuera y no paraba de ladrar. Al parecer, Apolo no estaba acostumbrado a que lo dejaran fuera y después de tres noches no daba señales de que fuera a ceder. Seguramente, estaría furioso por no poder acceder a la nevera cuando quisiera. Además, no entendía lo que quería decir «cállate».

Pedro miró al reloj que tenía en la mesilla y se tapó la cabeza con la almohada. Era la una. La almohada no mitigó lo más mínimo los ladridos del perro. Tampoco mitigó el problema real. En el dormitorio contiguo al suyo había una belleza de piernas largas, pelo rojo como una hoguera, unos ojos marrones impresionantes y una figura que le secaba la boca. Una mujer que debía de ser mundana. Al fin y al cabo, había aceptado quedarse bajo el mismo techo que un hombre al que no conocía. Un hombre que no tenía nada de mundano. El perro dejó de ladrar. Contuvo la respiración. Quizá Apolo se hubiera dormido. Pau era un nombre que podía corresponder al perro, pero ¿A ella...?

El nombre era feo y ella era hermosa. El nombre era masculino y ella era femenina. Estaba seguro de que no era su nombre verdadero. Sería un apodo que le habían puesto en las zonas de guerra. Cuando se lo dijo la primera vez estuvo a punto de echarse a reír. ¿Ella en una zona de guerra? Ella parecía delicada. No tenía rastros de rudeza. Hasta qué la vio trabajar con la cámara. No le importaba nada ensuciarse hasta arriba para conseguir la foto que quería. La cámara no dejaba de disparar. Él podría haberse olvidado de que estaba allí si no fuera porque ella estaba detrás cambiando objetivos y películas, midiendo la luz, subiéndose a cercas o arrastrándose por el suelo. La llevó al barracón para comer y que conociera a los demás trabajadores. Tenía tres empleados que habían estado con él desde hacía mucho tiempo y creía que cualquier mujer que creyera en el encanto de los vaqueros tenía que conocerlos. Gabriel y Javier eran dos gemelos de mediana edad. Eran calvos y les faltaban dientes y eran tan atractivos como el barro. Los dos mascaban tabaco sin parar, juraban para empezar todas las frases que pronunciaban y no creían que bañarse con regularidad fuera ni higiénico ni necesario. Los dos valían su peso en oro para el rancho.

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