viernes, 26 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 43

—Dale la vuelta y para adentro.

—¿Qué significa eso? —preguntó ella.

—Que hay tarea para un par de horas. El ternero estará muerto para cuando hayamos terminado. Es demasiado tiempo.

Ella jadeó.

Pedro miró a Javier con el ceño fruncido.

—Sácala de aquí. No tiene por qué ver esto.

—¿Quieres irte? —le preguntó Javier que parecía más al tanto de lo que era el trato con las mujeres.

Ella negó con la cabeza.

—No quiere irse —replicó obstinadamente Javier—. Además, vas a necesitarme.

Pedro los miró con ira y volvió a dedicarse a lo que tenía entre manos. Ella miró a Pedro como hipnotizada. Tenía las pezuñas entre las manos y las empujaba con toda su fuerza. Nunca había visto a un hombre emplear tanta fuerza en algo. Tenía erizados los músculos de la espalda y el cuello a punto de reventar.

—¿Qué hace? —susurró ella.

—Intenta volver a meter al ternero para darle la vuelta. No es fácil. Es como intentar parar un río. La vaca empuja con toda su alma y eso es mucho más de lo que puede resistir Pedro. Puede durar un par de horas. El ternero suele morir. No aguanta la tensión durante tanto tiempo.

Ella miraba mientras el cambiaba de postura. Era como un Sansón. Empleaba cada fibra de su cuerpo contra una fuerza mucho mayor que la suya. La expresión de su cara decía que estaba dispuesto a morir antes de rendirse, era una decisión tan firme que hizo que ella se sintiera débil. La batalla se encarnizó. Era una pelea como ella no había visto jamás. Después de unos instantes, Paula tomó la cámara y empezó a sacar fotos. Pedro no se enteró, estaba demasiado concentrado en librar esa lucha a vida o muerte. Los hombres apenas hablaban y cuando lo hacían era con lacónicas claves. Los minutos se hicieron horas. Ella no sabía cuánto tiempo aguantaría Pedro. Cuánto tiempo podría dar de sí al cien por cien un hombre antes de darse por vencido, antes de derrumbarse.

—¿Tendrá que darse por vencido? —preguntó a Javier.

—No suele hacerlo. Además, si lo hace perderá a los dos. A veces se pierde un ternero, pero no una vaca.

—Creo que ya está.

Pero no era la primera falsa alarma. Luego la vaca volvía a empujar fuera las pezuñas y Pedro hacía un gesto de dolor cuando sentía que le atrapaba el brazo con la contracción.

—Lo tengo —dijo repentinamente Pedro con un gesto de alegría que le iluminó el rostro—. Ha dado la vuelta.

Javier le acercó una cuerda. Él ató la cuerda a las pezuñas con el gesto experto de quien lo ha hecho un millar de veces. Luego se ató el otro extremo a la cintura y tomó aliento.

—Tira, Pedro —gritó Javier.

Cada vez que la vaca se contraía, él tiraba de la cuerda. El sudor le corría mezclado con sangre y barro. Paula estaba casi segura de que jamás había visto a un hombre tan hermoso, tan en su elemento y tan viril.

—En cualquier momento —dijo Javier—, pero no te hagas ilusiones. Hay pocas posibilidades de que el ternero salga adelante.

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