lunes, 29 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 49

Ella tomó aire como si tener a Alberto dando vueltas a un puchero fuera el fondo con el que había soñado toda su vida.

—¿Yo también podría estar en el fondo? —preguntó tímidamente Javier.

—Claro —dijo ella—. Tú también, Gabriel.

Pedro los miró con ira reconcentrada.

—Es el quinto día y preparar una escena como esa llevaría tiempo y no queremos que Paula se salga de los plazos.

—La verdad es que voy adelantada sobre el plazo previsto —dijo ella inexpresivamente—. En dos días podría haber terminado. Mañana por la noche podría estar fuera de aquí si consigo imaginarme las fotos de invierno.

Alberto le llevó un plato a la mesa. Eran huevos revueltos, que a Pedro le espantaban, y el beicon no estaba crujiente. Él se dió cuenta de que no era el día apropiado para quejarse de nada. ¿Mañana por la noche? Sería maravilloso.  ¿Por qué entonces aquella idea le deprimió? Seguramente fuera porque el beicon estaba casi crudo, tenía que ser por eso.

—¡Invierno! —dijo Javier—. Todavía hay nieve en las montañas. Podíamos...

—Ocuparnos del rancho —le interrumpió Pedro.

—Subir allí —dijo Javier como si Pedro no hubiera hablado—. La nieve estará muy blanda en esta época del año. Mira.

Javier había captado la idea del storyboard y dibujó un muñeco de nieve con un hombre detrás que esquivaba bolas de nieve.

—Podías utilizar el perro —continuó entusiasmado—. Esos perros se emplean para los rescates en la nieve. Me pregunto si tendríamos algo para ponerle alrededor del cuello.

—¡Yo podría hacer un barril con ese bote de arenques en vinagre! — exclamó Alberto.

Pedro notó que le volvía el dolor de cabeza.

—Sería perfecto —dijo Paula como si no se diera cuenta de que estaba quebrando todas las reglas—. Podríamos hacer las escenas con el ganado por la mañana, la nieve por la tarde y por la noche me habría ido.

—No hace falta que salgas corriendo —dijo malhumoradamente Gabriel—. Estamos empezando a conocerte.

Pedro sabía que su obligación era recordarle las reglas aunque ello lo convirtiera en el ser más detestado del rancho.

—Te recuerdo que mi vida no iba a sufrir interrupciones, que yo apenas iba a notar tu presencia.

Los hombres se miraron como si estuvieran pensando en volver a arrojarlo fuera.

—No seas aguafiestas —le dijo con delicadeza Slim mientras volvía a concentrarse en los dibujos—. Mira, podríamos...

—Si nos ajustamos a las reglas —dijo ella con calma—, seguramente no pueda estar fuera de aquí mañana por la noche.

Pedro no podía seguir escuchando. Se comió la comida a toda velocidad.

—Creo que iré a ver cómo están las vacas y a hacer las tareas —dijo con tono concluyente.

—Perfecto —afirmó Gabriel sin ofrecerse para ayudarlo—. Para las fotos de la poza necesitamos que el sol esté alto y todavía falta un buen rato. ¿Qué tipo de traje de baño tienes, jefe?

Pedro solía nadar desnudo, salvo que Luciana anduviera cerca.

—Tengo un par de vaqueros recortados —dijo él secamente.

Gabriel pareció decepcionado.

—Sería mejor uno de esos que llevan los nadadores de competición, ¿Verdad, Paula?

—Mucho mejor —dijo ella con gesto serio.

Estaba disfrutando con la venganza por el desprecio de la noche anterior.

—Puedo ir al pueblo para comprar uno —dijo Gabriel muy serio también.

—¡No! —dijo Pedro con los dientes apretados—. No, ni aunque mi vida dependiera de ello. Nunca jamás. No, hasta que se hiele el infierno.

Lo cual él sabía por experiencia propia que había sucedido la noche anterior.

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