miércoles, 10 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 7

—De modo que dices que no a contribuir a una causa que significa mucho para tí y que además no te costaría nada, ni tiempo.

—Exactamente —dijo él con la esperanza de que ella no hubiera notado el ligero tono de duda.

—Si el calendario fuera un éxito, creo que conseguiría un ascenso y podría comprarme una casita con jardín para Apolo.

—Apolo es el San Bernardo, espero.

Ella asintió con la cabeza.

—Creo que el casero sabe que lo tengo —añadió con tristeza.

—No voy a posar para un calendario solo porque quieres mantener a un perro que es más grande que mi caballo y tiene el dudoso talento de saber abrir las neveras.

Por lo menos, su hermana tenía la intención de organizar su vida en torno a un perro y no a un hippy. Se dio cuenta de que ella no había mencionado todavía al tipo ese. ¿Podría atreverse a pensar que había desaparecido del mapa? ¿O sería porque se había puesto furioso cuando ella una vez había mencionado al hippy y al matrimonio en la misma frase? Decidió que prefería no saberlo.

Ella dió un sorbo de vino y se miró el regazo.

—Sabes que tengo más posibilidades de contraerlo, ¿Verdad?

—¿Cómo? —había conseguido despistarlo completamente con sus acrobacias retóricas.

—Que tengo más posibilidades de contraer cáncer de mama porque mamá lo tuvo.

—Vamos, Luciana...

—Lo único que puede hacer algo es la investigación.

Él la miró y vio que el temor de su hermana era verdadero. Notó que se le partía el corazón al imaginársela enferma. ¿No habría hecho cualquier cosa para curar a su madre? ¿No haría cualquier cosa para evitar que su hermana padeciera lo mismo? ¿Le quedaba alguna alternativa si podía recaudar fondos para investigar la enfermedad que podía afectar a su hermana? ¿Tenía alguna alternativa si ese maldito calendario podía reunir la tercera parte de dinero de lo que su fantasiosa hermana había dicho? Miró a su hermana. Vió que las comisuras de los labios esbozaban una levísima sonrisa y se dio cuenta de que los dos sabían que estaba perdido.

—No sueñes con que voy a quitarme la camisa —dijo él con tono de rendición.

—No sé, si te quitaras la camisa, quizá vendiéramos un millón de calendarios —ella interpretó correctamente la mirada de él—. De acuerdo, de acuerdo... —dijo entre risas—. Gracias, Pedro. Te debo la vida.

Él esperó que eso no fuera verdad nunca. Ella se levantó, rodeó la mesa, le abrazó el cuello y le besó en las mejillas; como dieciséis veces. Hasta que todos los clientes del restaurante los miraron y sonrieron con indulgencia.

—Es mi hermano —comunicó alegremente ella—. Es mi héroe.

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