viernes, 5 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 61

Pensó en todo lo que habían hecho... el circuito de karts, las meriendas, montar en bicicleta, enseñar a Tomás a nadar. Pensó en las noches en su apartamento, con los videojuegos, comiendo patatas fritas, haciendo chocolate casero. Y pensó en los mejores momentos, cuando Tomás se iba a la cama y Paula y él se quedaban solos viendo cómo se ponía el sol sobre el lago. Pensó en las noches que se habían besado... con tal pasión que era como si hubieran intercambiado sus almas. Y sintió un escalofrío.  La amaba. Amaba a Paula Chaves como no había amado a nadie. Y ese amor llenaba un vacío dentro de él del que había intentado huir toda su vida. El sobre había llegado poco antes y lo había guardado en un cajón porque quería robar tantos momentos de felicidad como fuera posible. Había querido tener esa última noche... ¿Para qué? Para seguir siendo una familia. Pero esa noche no la había besado. Había hecho un esfuerzo sobrehumano para no hacerlo a pesar del brillo de anhelo que veía en sus ojos. Respirando profundamente, Pedro sacó unos documentos del sobre. Unos minutos después, volvió a guardarlos y se cubrió la cara con las manos. Eso era lo que hacía la esperanza, abrirte a dolor, como un cristal roto en mil pedazos. No había sido parte de una familia, sino de una mentira y él mejor que nadie debería haberlo imaginado. La oyó antes de verla. Abrió los ojos y miró a Paula. Llevaba una de sus camisas, el pelo despeinado, sus largas piernas desnudas... Nunca había visto una mujer más sexy. Tan preciosa.

–Pedro, ¿Qué ocurre? ¿Qué hora es?

–Es tarde.

–¿No podías dormir? ¿Has vuelto a tener la pesadilla?

No había tenido pesadillas en toda la semana. Había dormido profundamente, pero volverían porque había fracasado en todos los sentidos. Había fracasado cuando quiso proteger a su madre. Había fracasado cuando quiso proteger a Gonzalo. Y había fracasado cuando debería haber protegido a Pauli. Cuando debería haber sido pragmático, ¿Qué había hecho? Vivir la fantasía que él mismo había creado.

–Tomás no es hijo de Gonzalo.

–¿Qué?

–Que Tomás no es hijo de tu hermano.

Ella se quedó mirándolo, vulnerable, sorprendida.

–¿Cómo lo sabes?

–Tomás no tiene siete años, tiene nueve –Pedro pensó en su primer encuentro, cuando le preguntó su edad y el niño vaciló hasta que Sabrina le pidió que se lo dijera.

Tomás era pequeño para su edad, pero habían aceptado su palabra porque era la palabra de un niño.

–Tiene nueve años, de modo que no puede ser hijo de Gonzalo. El ADN, por supuesto, no coincide.

–¿Qué ADN?

–Tomé una muestra –empezó a decir Pedro. Y luego se dio cuenta de que no podía seguir mintiendo. ¿No lo había hecho durante toda la semana? Fingir que todo podía ser verdad cuando sabía en su corazón que no era así–. Tomé un cepillo de dientes de los dos...

–¿Sin decírmelo?

–Tú no querías saber la verdad, por eso no querías hacer una prueba de ADN. Una parte de ti sabía que esto terminaría así, pero querías vivir tu pequeña fantasía.

–Quería que Gonzalo viviese a través de Tomás –dijo ella.

–Pero no es así –replicó Pedro–. La vida no siempre es como uno sueña.

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