viernes, 12 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 14

Sin embargo, el contacto fue delicado y cuidadoso. Era un hombre muy considerado. Era un hombre que ya había cuidado de rodillas arañadas y de brazos rotos.

—Ya está. Creo que he limpiado toda la tierra —dijo él mientras la inspeccionaba con atención.

Sopló en la herida y ella tuvo que cerrar los ojos ante el cosquilleo que sintió en el estómago y el deseo de inclinarse y decirle que la besara. Le aplicó yodo con una varita con cabeza de algodón. Afortunadamente, no fue necesario el contacto directo y ella pudo rehacer todas sus defensas. Hasta que cortó una gasa y la colocó alrededor de la rodilla con una mano cálida mientras con la otra le puso un esparadrapo. El contacto de las yemas de los dedos  hacía que ella sintiera como fuego líquido sobre la piel.

—Resuelto —dijo él mientras le bajaba la pernera del pantalón y se levantaba.

Paula no sabía si se alegraba o lo lamentaba. Era una de las situaciones más eróticas que había vivido en su vida, lo cual resumía bastante bien la espantosa suerte que había tenido con el sexo contrario, incluido su ex marido.

—Gracias —dijo ella después de haberse levantado y secado las sudorosas palmas de las manos en los vaqueros—. Estoy bien. No era necesario. Ha sido muy agradable, pero no era necesario.

Notó que se ponía colorada. ¿Por qué había dicho agradable?

—Quería decir amable —soltó ella—. No agradable.

Ella notó que a él le divertía toda esa explicación, y que empezaba a comportarse con la misma torpeza que hacía cuatro años. Tenía que dominarse.

—Lo he hecho pensando en mí mismo, señorita Morales. No tengo interés en que enferme en mi casa.

Ella tuvo la sensación de que volver allí no había sido una buena idea. Él hacía todo lo posible por resultar desagradable.

—Muy bien, en ese caso, vamos a trabajar, señor Alfonso. Como sabe, tengo que conseguir crear ambientes que reflejen las cuatro estaciones del año. Había pensado aprovechar la chimenea para diciembre.

—¿Cómo sabe que tengo chimenea? —preguntó él.

Ella debería haber sabido que eso ocurriría antes o después. Que ella dejaría ver que conocía esa casa y a él más de lo que se suponía.

—Su hermana me lo dijo —mintió con desenfado—. Preparamos un poco el reportaje en la oficina.

Notó un brillo en los ojos de él y comprendió que no le había gustado que hablaran de él en la oficina. Ese era el problema de las pequeñas mentiras. Ella había sido siempre una mentirosa muy mala y pudo comprobar por la mirada de él que no había mejorado nada en ese aspecto.

—Me limitaré a seguirle con la cámara —dijo ella—. Haga lo que hace normalmente. Ni siquiera se dará cuenta de que estoy ahí.

—En este momento, suelo darme una ducha —dijo él arrastrando las palabras y sin dejar de mirarla.

Ella lo miró y tragó saliva. Notó una oleada de calor que le recorría todo el cuerpo.

—¿A mitad del día? —consiguió decir ella con una especie de chillido.

—Solo pretendo dejar claro que tengo una intimidad, señorita Morales. Yo le diré cuándo puede sacar fotos.

Ella no estaba dispuesta a que él se saliera con la suya.

—No sé, señor Alfonso, quizá una foto vaporosa en la ducha vendiera muchos calendarios.

Se ruborizó y estropeó todo el efecto. Tragó saliva y se miró los pies. Ella vió que las botas de él entraban en su campo de visión. Ella no levantó la cabeza, pero notó que la mano que había conocido gracias a la rodilla le rozaba la barbilla. Ella levantó la cara y no apartó la mirada mientras él la observaba burlonamente.

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