lunes, 8 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 2

Si era de vida o muerte, ¿Dónde estaba ella? Si era de vida o muerte, ¿por qué le había pedido que se pusiera unos vaqueros que no estuvieran rotos y botas limpias? ¿Quién pensaba en cosas así ante un asunto de vida o muerte? Vida o muerte se podía aplicar para la sala de urgencias de un hospital, pero no para la oficina de Francisco Cringle. Encima, su hermana no aparecía mientras él tenía que soportar esas risitas. Apenas pudo resistir la tentación de levantarse y frotarse la espalda contra la pared para provocar un poco más de revuelo.

—Señoritas, ¿No tienen nada que hacer?

Se dispersaron como gallinas asustadas ante la llegada de un zorro. Su salvadora, una mujer alta y distinguida, se volvió para mirarlo atentamente.

—¿Pedro Alfonso?

Se levantó casi de un salto, se quitó el sombrero y le dió vueltas atropelladamente entre las manos.

—Señora...

Ella sonrió. ¡La misma sonrisa que había tenido que soportar desde que había entrado en esa maldita oficina!

—¿Le importaría acompañarme, caballero?

Caballero. Una palabra que había oído muy pocas veces; generalmente en los restaurantes donde siempre acababa utilizando el tenedor equivocado. La siguió hasta el vestíbulo y tuvo que acortar la zancada para no pisarla. Le hizo pasar a un despacho, volvió a sonreír y cerró la puerta. La luz que entraba por los ventanales que ocupaban dos paredes enteras lo cegó momentáneamente. Cuando se le acostumbró la vista, pudo distinguir más lujos y a su hermana Luciana. Estaba sentada frente a una mesa enorme que parecía hecha de granito macizo.

—Hola, Pedro —dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja mientras daba una palmada a la butaca que había a su lado—. ¿Qué tal está hoy mi hermano mayor?

Si no hubiera sido porque al otro lado de la mesa había un anciano arrugado como una pasa, le habría dicho la verdad. Estaba de muy mal humor. De vida o muerte... Su hermana pequeña no había tenido jamás tan buen aspecto. Le brillaban los traviesos ojos, el pelo oscuro y recogido le daba un aire sofisticado y llevaba traje y zapatos como las demás mujeres que había visto ese día.

—No es mi mejor día —contestó él algo malhumorado mientras se sentaba de mala gana junto a ella.

Más cuero. Las botas se le hundieron en la espesa moqueta.

—Me imagino que estás preguntándote qué ocurre... —dijo ella con desenfado.

—De vida o muerte —le recordó él.

—Pedro, te presentó a mi jefe, el señor Francisco Cringle. Señor Cringle, mi hermano Pedro.

Pedro se levantó un poco de la butaca y estrechó la mano de Cringle. Le sorprendió la fuerza del anciano.

—Encantado de conocerlo, señor Alfonso.

La voz era cálida y amistosa. Era la voz de alguien acostumbrado a vender cosas que la gente no sabía que necesitaba.

—Gracias por venir —continuó Cringle—. Luciana me ha dicho que es un hombre muy ocupado. Me ha dicho también que usted no sabe por qué está aquí.

—Ni idea.

—Su hermana le ha presentado a un concurso y usted lo ha ganado.

Un concurso. Pedro lanzó una mirada amenazante a su hermana. Conociéndola, seguro que habría ganado un descenso en balsa por el Amazonas.

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